Escuela, arado, báscula

 


Construyeron una escuela para abrir los caminos y ampliar los horizontes del futuro a los chavales del pueblo, sabedores, quienes se empeñaron en tan grandiosa empresa, de que la cultura y la educación es la palanca más potente de que disponen los seres humanos para recortar las diferencias económicas, promover la igualdad de oportunidades y caminar hacia la justicia social.

Compraron un arado metálico para sustituir a los de madera, y enseñaron a usarlo a sus padres con la finalidad de que la siempre dura y esclava vida del campo resultase más fructífera, y que el sudor de las jornadas de sol a sol les dejase algo más que una mísera renta necesaria para la supervivencia y pagar la renta a los caciques locales.

Los callos en las manos y las espaldas permanentemente dobladas por el ejercicio de segar la hierba, sembrar y recoger, cortar el tojo en el monte o arrancar el estiércol con el que nutrían sus cosechas no bastaba, porque quienes imponían el precio de venta de la producción hacían trampas en el pesaje. Para acabar con esta estafa, instalaron una báscula.

Era la II República en un lugar del municipio de Valga llamado Cordeiro.

Escuela femenina y sede del Sindicato Agrario

Nada resulta más fecundo que viajar. Por medio de los desplazamientos, además de llevarse a cabo una labor comercial, se intercambian experiencias y conocimientos, un proceso que se aceleró con la implantación de los medios de transporte y comunicación.

Otro factor que sirve para entender el desarrollo de los acontecimientos es la emigración. La gente joven y con capacidad para salir adelante cruzó Atlántico, y de su experiencia se beneficiaron las comunidades de procedencia por medio de sus aportaciones económicas, que hicieron posible la construcción de infraestructuras básicas.

Pero también por sus enseñanzas: en la conciencia de quienes nunca habían salido de su aldea germinó la convicción de que debían rebelarse contra lo que hasta entonces parecía una fatalidad histórica.

Muchas cosas estaban cambiando en la recta final del siglo XIX y en los albores del segundo milenio: la Revolución Industrial en Inglaterra, la Revolución Soviética, la matanza de quienes reclamaron una jornada laboral de ocho horas en Chicago, la mecanización de la actividad industrial, la progresiva implantación de los sindicatos en los centros de trabajo y el paulatino proceso democratizador. El patrón ya no era el dueño de las tierras y las gentes que en ellas habitaban. Los seres humanos estaban dejando de ser siervos para convertirse en ciudadanos con plenos derechos.

Francisco Carbia Fariña

Es en este tiempo cuando Francisco Carbia Fariña emigra Cuba, hace fortuna, retorna y no olvida su origen, sino que se implica en la lucha contra la miseria, al igual que otros vecinos que siguieron el mismo camino. En Cordeiro se sienten marginados por el poder político, que residía en Valga, y el económico, situado en Pontecesures, puerto de entrada y salida de mercancías.

Se organizan, y brota la llama del agrarismo.

Ponen en marcha el Sindicato Agrícola, en el año 1908, y con Francisco Carbia Fariña como presidente, su primer reto es eliminar el analfabetismo y dotar a los jóvenes de una herramienta que les permita labrarse el porvenir. Los emigrantes crean la Sociedad de Residentes de Cordeiro, Instrucción y Protección, en Buenos Aires, y el impulso conjunto es el cimiento sobre el que se asienta la escuela de Ferreirós.

Corre el año 1913. Es un edificio rectangular, luminoso y de una planta. Dispone de ochenta plazas, que ocupan los alumnos y resulta insuficiente para atender la demanda femenina, una carencia resuelta cuatro años después con la apertura de otro centro educativo para las alumnas.

Ocupa el bajo de una construcción cuya segunda función es servir de almacén de los útiles y la maquinaria del Sindicato Agrícola, entre los que se encuentra uno de los dos arados de acero adquiridos por Celestino Carbia Campaña, que éste pone al servicio de sus vecinos, y una báscula para el pesaje de los productos que vendían los agricultores, adquirido con los fondos del Sindicato.

Celestino Carbia Campaña

Su hijo Celestino Carbia Magariños sigue sus pasos al frente del Sindicato Agrícola. Llegaron a ser 225 los afiliados, que además de unirse para mejorar sus condiciones de compra y venta, también lo hicieron como medida de protección y defensa frente a los intereses de la red comandada por Otero Bárcena y otras familias poderosas.

Es uno de los grandes propietarios del municipio. En sus mejores tiempos dispuso de dos centenares de cabezas de ganado y de una plantación de tabaco. Cuatro familias trabajaban sus tierras, y sus hijos aprendieron a andar en bicicleta por los pasillos de la casa que ocupaba. Uno de los proyectos colectivos que quiso llevar adelante fue la creación de una cooperativa para la producción de sidra, cuyo paso previo era la plantación de 16.000 árboles.

Ambos formaron parte de la Corporación municipal articulada durante la dictadura de Primo de Rivera, de la que Francisco Carbia Fariña fue alcalde, y ambos la abandonaron después de un corto espacio de tiempo caracterizado por la provisionalidad. El detonante fue su disconformidad ante la segregación de Pontecesures.

Árboles plantados por los alumnos de la escuela de Ferreirós

Con una lata de sardinas, los alumnos de la escuela de Ferreirós riegan los árboles que plantaron en el entorno de la iglesia. Cogen el agua en la fuente situada en este entorno, en cuyo punto central está asentado un palco. Es una experiencia didáctica que promueve Ramón Martínez Buján, el maestro, y está inspirada en las pautas marcadas por la Institución Libre de la Enseñanza. Doña Juanita se encarga de la escuela de las niñas.

Con la persistencia de la gota que perfora la piedra, la concatenación de proyectos articulados con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de los más humildes alcanza su propósito y los libera del yugo del caciquismo; la traición de Alfonso XIII, cómplice del golpe de estado de Primo de Rivera, caldea el ambiente, y la confluencia entre las candidaturas de izquierda y agraristas es la clave de los resultados en las elecciones municipales celebradas en 1931.

Celestino Carbia Campaña (Izquierda Republicana) es elegido alcalde de Valga. Cae la monarquía y se abre un período de ilusión y expectativas. Construir caminos, puentes y lavaderos, sanear la economía municipal, promover la enseñanza en escuelas mixtas y atender las necesidades más acuciantes de la población son los retos a los que se enfrenta el Concello de Valga, al igual que muchos otros esparcidos por la geografía.

En su agenda también figura delimitar el poder de la iglesia, absoluto hasta entonces, como también aconteció en muchos municipios. La Constitución es clara al circunscribir la celebración de las procesiones y los actos religiosos a los espacios de ámbito privado y la secularización de los cementerios.

En Valga, los ensotanados hicieron todo lo que estaba a su alcance para mantener sus seculares privilegios -como recibir sacos de cereales por parte de las familias de aquellos que fallecían, a modo de impuesto- una actitud que provocó algún enfrentamiento con el alcalde.

Patio y fachada posterior de la escuela de Ferreirós

Y cuando el proceso de transformación avanzaba, la oligarquía, los terratenientes, la Iglesia Católica y los militares traidores protagonizaron el golpe de estado el día 18 de julio de 1936. Pero el modo de actuar de Celestino Carbia Campaña no varía un ápice.

Con la conciencia tranquila por haber actuado con justicia y equidad, aguarda acontecimientos y rechaza la oferta que le plantean para que huya. Está casado desde los diecinueve años con Robustiana Barreiro, que tenía dieciséis cuando se comprometieron, tienen cinco hijos y no está dispuesto a abandonar a su familia.

También este comportamiento encuentra numerosas réplicas entre quienes eran entonces dirigentes de las instituciones públicas. Pero el fascismo es una máquina sin ojos y sigue a rajatabla una consigna: actuar sin contemplaciones para crear una situación de terror que impida la menor reacción. Sangre y muerte.

Presos en el campo de concentración de San Simón

El día 24 de julio detienen al alcalde y lo llevan hasta la Escuela Normal de Pontevedra, convertida en una prisión. Después de interrogarlo, lo envían a San Simón, una isla de Redondela transformada en un campo de concentración. En este lugar recibió frecuentes visitas de su esposa, que siempre se acompañaba por alguno de sus hijos.

En la isla entierran sus raíces árboles centenarios de gran porte, algunos de especies tropicales, y arbustos que crearon una bóveda verde sobre un paseo. Dos edificios están asentados en este lugar, al que se accede por un embarcadero. El islote de San Antón está unido por un puente de tres arcos y estilo afrancesado.

En las alas de lo que fue un convento y un lazareto duermen decenas de hombres en el suelo. Como perros. Cuando alguno necesita salir para orinar, debe hacerlo tropezando con cuerpos y cabezas. A oscuras. Los piojos y las pulgas los abrasan. Se propaga el tifus y la tuberculosis.

“Cristo perdona al que corta las malas hierbas”, proclama el padre Nieto en sus homilías. Lleva una pistola en el cinto y con un bastón mueve los cuerpos caídos en el suelo para asegurarse de que no les queda un soplo de vida.

El director del campo de concentración, Fernando Lago Búa, le hace una propuesta: si le paga 20.000 pesetas lo deja huir. Para enternecerlo, coge a su hijo Francisco Celestino Carbia Barreiro en el regazo. El alcalde de Valga sigue convencido de que se hará justicia y la rechaza.

Se celebra el juicio, que no es más que una farsa. Los dirigentes más significados y con una ascendencia social deben enfrentarse a un tribunal formado por militares cuyo veredicto está firmado de antemano. Así tratan de realizar un escarmiento público, que tiene una especial sentido ejemplarizante si el reo es una persona que dispone de una notable fortuna, como es este caso.

Para los activistas, el franquismo contaba con los cívicos y los falangistas (no pocas veces marginales y borrachos), los asesinatos en la oscuridad y las cunetas.

Celestino Carbia Campaña es condenado a muerte. Un sacerdote le ofrece los rutinarios auxilios espirituales en la celda que ocupa en el cuartelillo de la Guardia Civil, situado en la Praza da Feira de Pontevedra, ante cuya fachada era habitual entonces la presencia de una moto encendida, cuyo estruendoso sonido ahogaba el sonido de los gritos de quienes estaban siendo torturados en su interior.

Monumento en memoria de las víctimas del franquismo, situado en la Avenida Buenos Aires

El día 2 de abril de 1937 lo conducen hasta un descampado la altura del número 1 de la Avenida de Buenos Aires. “Se encuentran formadas las fuerzas con arreglo a lo dispuesto por el excelentísimo señor Gobernador Militar de la plaza”. Es la retórica habitual. Que sigue así: “Colocado el reo en dicho campo, frente al piquete, fue dada la orden de fuego”.

Con la meticulosidad que caracteriza a la soldadesca, el mando da unos pasos y se aproxima a los cuerpos para comprobar que el crimen fue ejecutado. Si no fuese así, sacaría la pistola y los remataría de un tiro en la cabeza. Despachada la remesa, la matanza continúa. Invariablemente, en el documento firmado por el médico se alude a “un colapso cardíaco” para explicar la causa de la muerte. Tenía 38 años.

Después cargan los cadáveres en una camioneta en la que los trasladan hasta el cercano cementerio de San Mauro. En un cajón de tablas de pino sin pulir enterraron a Celestino Carbia Campaña, introduciendo en la tierra el rudimentario féretro en posición vertical para aprovechar mejor la superficie. Sobre cada uno de ellos clavaron estacas metálicas con chapas atadas en las que figura el número que los identificaban mientras permanecieron presos.

Manuel Carbia Magariños, ante la tumba de su abuelo, en el cementerio de Cordeiro

Todas las gestiones realizadas por su hijo Francisco Celestino para recuperar el cadáver de su padre y enterrarlo se encontraron con respuestas negativas. En el año 1977 recibió una carta en la que le notificaron que si no se hacía cargo de los restos, acabarían en un osario.

Su reacción fue inmediata. Desde el entonces, se encuentran en el cementerio de Cordeiro, junto a su esposa y al hijo que luchó por perpetuar la memoria e impedir la muerte definitiva: que cayese en el olvido el crimen.

La decisión de Francisco Celestino es la misma que mueve a Manuel Carbia Campaña, Manolete, su hijo. No le resultó fácil excavar en los recuerdos, porque su padre quiso levantar un muro de silencio, una práctica habitual de quienes querían proteger a sus descendientes e impedir que sufran el trauma del que ellos fueron víctimas.

Fue su progenitor quien le contó cómo Fernando Lago Búa lo cogía en brazos. Aquel carlista violador que fue condenado a muerte y fusilado a raíz de la denuncia presentada por un preso al que también quiso extorsionar y resultó ser un amigo Severino Martínez Anido, el responsable del orden público franquista y ministro durante la dictadura de Primo de Rivera.

En otro de los escasos momentos en los que era incapaz de contener el torrente de sus recuerdos, le explicó que un guardia civil, orondo y pachorrento, se presentó un día en su casa, y después de dejar la pistola plateada sobre una mesa quiso tranquilizar a su abuela Dolores asegurándole que su esposo iba a ser liberado. Y que días después la amenazó con estamparle los sesos contra la pared ante sus reproches al tener conocimiento de que lo habían asesinado en Pontevedra.

En la escuela de Ferreirós estudió Arturo Ferro Eiras, yerno de Celestino Carbia Campaña y la persona que estaba llamada a continuar su labor al frente del Concello. Le impusieron cadena perpetua y lo trasladaron al fuerte de San Cristóbal (Pamplona).

Cuenta Manolete que su muerte fue justificada durante el intento de fuga protagonizado por varias decenas de presos, pero advierte de que recibió un tiro en la nuca, una circunstancia que abona la teoría de que su muerte fue un encargo de quienes en Valga sabían que si salía con vida sería la persona encargada de administrar los bienes de la familia.

También apunta que doña Juanita, la maestra de la escuela femenina, tuvo que huir con su marido a México, cuyas universidades se enriquecieron con el caudal de conocimientos que llevaron los exiliados españoles desde un país donde sus jerifaltes gritaban “muera la inteligencia”, odiaban la ciencia y enaltecían a quienes habían organizado las cruzadas siglos atrás.

Vivienda en la que estaba situada la zapatería

En el tramo comprendido entre las dos escuelas se encuentra un edificio compuesto por bajo y una planta. En un tiempo no muy lejano era el taller de un zapatero y el lugar de reunión habitual de varios vecinos que acudían con el periódico debajo del brazo, debatían sobre los temas de actualidad y acudían a los mapas y los libros para contextualizar las informaciones desde las perspectivas geográfica e histórica.

No había cumplido los diez años Manolete cuando pasó por allí. “A ver, rapaz, ti que estudiaches hoxe?”, era la primera pregunta que le planteaban. Hoy tiene plena convicción de que en aquellos hombres que escudriñaban en los periódicos había prendido el hambre del saber inculcado por Ramón Martínez Buján.

Y un poco más adelante, en una de las esquinas de la parcela donde se encuentra la escuela de Ferreirós, un vecino fijó una placa en la pared para dedicar la calle al maestro. Enfrente, y a menos de dos metros, el Concello de Valga ubicó tres contenedores para la recogida de la basura que están recubiertos por la mugre.

Rótulo de la calle dedicada al maestro Ramón Martínez Buján

Práctica habitual de los franquistas era entonces incautarse de los bienes de las víctimas, y los de Celestino Carbia Campaña no fueron una excepción. Este método, y la esclavitud de cientos de miles de presos (políticos, primero, y comunes cuando la mano de obra no bastaba) fue el germen de las grandes fortunas amasadas por empresas que a través de diferentes procesos de fusión se perpetuaron en el tiempo y cotizan hoy en el Ibex 35. Al frente de las mismas continúan los descendientes de quienes financiaron el golpe de estado y convirtieron la reconstrucción del país que destrozaron en un descomunal negocio.

Mientras que empresas como Volkswagen, Mercedes, Bayer, Flick (un consorcio absorbido por Deutche Bank), Siemens, IG Farben,  Bayer o Daimler Chrysler abonaron indemnizaciones millonarias a los judíos, en España no llegó ni un euro a las familias de los expoliados o de quienes fueron esclavos durante años, y esa reivindicación ni siquiera fue planteada en el Parlamento. En Alemania, la canciller Angela Merkel presidió el acto simbólico del último pago.

En la Casa Consistorial de Valga colocaron una fotografía de Celestino Carbia Campaña al lado de la de otros exalcaldes, situando en el mismo plano a un regidor demócrata junto a las de quienes ostentaron el poder municipal en nombre de la dictadura. Víctima y victimarios juntos.

La fuente usada los los alumnos de la escuela de Ferreirós

La fuente en la que los alumnos de Ramón Martínez Buján cogían el agua para regar los árboles fue retirada del lugar donde se encontraba y abandonada frente al pabellón de deportes. Los árboles lucen robustos y de la fuente cae penosamente un hilo de agua, mientras la basura se acumula en su interior y la hierba crece a su alrededor.

Como tantos otros, Manolete busca lejos de España la justicia para quienes murieron por defender la democracia en este país.

Francisco Carbia Fariña se abrió el camino del futuro en Cuba y su bisnieto busca justicia al otro lado del Atlántico. Manolote se sumó a la Querella argentina -una causa de la que se encarga el Juzgado Nacional de lo Criminal y Correccional Federal número 1 de Buenos Aires, del que es titular María Servini de Cubria- para impedir que la suma del silencio y el olvido den como resultado la impunidad de los asesinos de su abuelo y de sus cómplices.

Imagen de la jornada de la adhesión a la Querella argentina 


 

la sombra de los días
5/09/2021
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