Julia María Cleofás Lucrecia

 




«Todos recordamos con emoción el grandioso festival a beneficio del Patronato de la Trata de Blancas, organizado magníficamente por la inolvidable marquesa de Riestra con el concurso, siempre necesario, de Torcuato Ulloa (...). Cantaron Julita Becerra y María Meave, y cerró el programa el coro Aires da Terra, de Perfecto Feijoo», narraba Landín Tobío en septiembre de 1908.

Por aquellas fechas, se cantaba una copla:

Ay, a la vera, vera

Campiña de Pontevedra, que no hay más cara bonita

Que la de Julia Becerra. Ay, a la vera vera

Que no hay cara más bonita

En toda la capital…

Había transcurrido un año desde que el nombre de Julia Becerra, sin el diminutivo tan al uso entre las clases altas de la ciudad del Lérez, había sido impreso en los carteles anunciadores de la ópera Lucía di Lammermoor, de Gaetano Donizetti, representada en la Scala de Milán. Tenía 18 entonces.

Vivía en la capital de Francia, pero “una cosa era la ópera y otra dedicarse al espectáculo. Eso fue lo que pensó su padre quien, visto el entusiasmo de su hija, tuvo que presentarse en París, y  a pesar de la rabieta de Julia, se volvió con su progenitor a la capital de España su padre tenía otros planes y de poco valió su rabieta” dejó escrito Xosé Lois Vila Fariña en un libro titulado El valor de una mujer, Julia Beccera Malvar (Ediciones Cardeñoso, diciembre 2011).

Tuvo que regresar.


Nacida en el año 1889 en el Pazo de Salcedo (Pontevedra), hija de Manuel Becerra Armesto, alcalde de la ciudad en los años 1905-06, y de Josefa Malvar de la Maza, Julia María Cleofás Lucrecia creció en la capital de Francia cuidada por una tía. Allí aprendió sombrerería, piano y bel canto y paseó por los bulevares, en una atmósfera de libertad y optimismo, hasta que se vio obligada a abandonar un ambiente cosmopolita y de ideas avanzadas.

“Julia vivía su período adolescente y de la juventud lejos de aquel ambiente enrarecido, misógino se puede decir, que se respiraba en una atmósfera pueblerina, como era la capital del Teucro”, apunta Vila Fariña.

El conde Creixell

Fue un paso fugaz, porque el 31 de agosto del año 1910 se casó con Vicente Sagarriga Martínez de Pisón, conde de Creixell, barón de Poboadilla y caballero de la Orden de Alcántara, al que conoció en el Hipódromo de Madrid cuando el miembro de la alta sociedad acababa de finalizar sus estudios de Derecho en la Universidad de Deusto. Salcedo fue el escenario de la ceremonia, y de la ceremonia religiosa se encarga el cardenal Benlloch, arzobispo de Burgos.

 El Pazo de Barrantes fue el regalo de bodas de sus padres. 

Poco después, en los salones de la vivienda de Emilia Pardo Bazán en Madrid, de la que era sobrina, amplía su círculo de amistades, aunque la influencia parisina seguía impresa en aquella joven bella y poco convencional, cuya amistad con Ramón Cabanillas fue el origen de que el poeta cambadés hubiera sido el secretario de su marido cuando éste fue gobernador civil de Segovia. También que el bardo le hubiese dedicado un largo poema en el año 1925, o que mantuviesen correspondencia escrita que ella destruyó.

Entonces era madre de dos hijas, Julia y Cristina. La placidez de su vida, entre Barrantes y Madrid, no apagó las inquietudes políticas y sociales de la condesa de Creixell, que mantuvo una relación epistolar con Francesc Cambó y cedió su Pazo para que Castelao, Otero Pedrayo, Villar Ponte, Casares Quiroga y Portela Valladares, entre otros, firmasen un pacto de apoyo a la República y rechazo al centralismo en 1930.  

“Y será aquí donde, poco a poco, la joven Julia se va adentrando y experimentando en las tareas del campo, pues pronto, como una más, tanto si tenía que cavar como ordeñar vacas. El campo y sus gentes ya son para ella algo habitual, y eso que era Condesa de Creixell, aunque la población sencilla la señalase como Condesa de Barrantes”, apunta Vila Fariña.

«No me sorprende lo que ocurre en Galicia, porque en el resto de España ocurre lo propio. Estamos asistiendo a la imposición de todos los malos sentimientos y de todas las bajas pasiones de la raza», le decía Francesc Cambó en un escrito enviado desde el Hotel Crillón de París. «No gozan de alguna libertad más que los tontos y los gandules: los que no hacen nada, ni desean nada, ni cuentan para nada. Mi temperamento de acción me impulsa siempre a iniciar nuevas empresas, únicamente por el placer de dar nuevas batallas y de ganarlas», mantenía en otra carta que tuvo el mismo punto de partida, enviada por quien estuvo al frente de dos ministerios, los de Fomento y Finanzas (año 1918 y 1921), en el gobierno del conservador presidido por Antonio Maura.



La condesa de Creixell dejó oír su voz en el Congreso de los Diputados protestando contra la quema de iglesias y conventos, del que fue desalojada. «No tenía ninguna noticia del cirio que armó V. en el Congreso que, por ser justa y oportuna, tenía que doler», le comenta Cambó desde Londres.

«Creo que la burguesía española ha padecido poco y no ha purgado aún, ni con mucho, los pecados cometidos», le confesaba, en el año 1932 el fundador de la Lliga Regionalista, que acabó apoyando el golpe de estado de Franco, registrado cuando se encontraba en Suiza y era diputado de la República, desde donde se marchó a Argentina.

La tuberculosis fue la causa de la muerte de su esposo, Vicente Sagarriga, en 1935. Tenía 48 años. Su pérdida la empujó a emplearse más a fondo en la política y se presentó a las elecciones de 1936 por el Partido Republicano Conservador. De nada valió el respaldo de Portela Valladares y Vicente Riestra porque no salió elegida. Esta decisión provocó el enfado de su familia, que tampoco había visto con buenos ojos la cesión del Pazo de Barrantes para la firma del pacto. También fue el origen del enfado de Alfonso XIII, que la había recibido en el Palacio de Oriente, y al que ella visitó en Roma poco antes de la muerte del monarca, en el año 1941.

En el inicio de la Guerra Civil estaba en Madrid, donde se alistó al Socorro Blanco, una organización clandestina que se dedicaba a facilitar la huida de aquellos cuya vida estaba en peligro, Juan March fue uno de ellos. La suya también lo estuvo.

Frank Eric Arbenz
Más tarde trabajó como enfermera, y esta actividad la llevó a conocer a Frank Eric Arbenz, un funcionario de Cruz Roja Internacional, nacido en Laussane, protestante y calvinista, con el que contrajo matrimonio.

Se casaron por la vía civil en una boda celebrada en Suiza en el año 1942, y con el estallido de la Segunda Guerra Mundial comenzó el recorrido por cuarteles y hospitales. “Era un buenazo que pasaba largas temporadas aquí. Muchas mañanas tenía que ir a Cambados a llamar por teléfono porque en Barrantes no había”, apunta Vila Fariña. Una insuficiencia cardíaca acabó con su esposo en 1965.

Esta relación con un protestante, que se convirtió después al catolicismo, no contó con el beneplácito de su familia, en una época en la que no estaba bien visto socialmente que una viuda se casase por segunda vez, y menos siendo madre, aunque perteneciese a una clase social alta.

Julia María Becerra había dejado de ser la condesa de Creixell a raíz de su segundo matrimonio. El tiempo de los viajes acompañando a Frank Eric Arbenz, que la llevó de nuevo a París el año que entró el Ejército de Adolf Hitler, había finalizado. Su muerte destapó el carácter de una mujer que cuando era una niña viajaba al Pazo de Barrantes en un coche de caballos, donde los empleados de sus padres cultivaban espárragos y fresas y ella se sentía feliz.

Cuidaba las parras, cavaba la huerta, ordeñaba las vacas y su chófer siempre estaba al servicio de los vecinos que necesitaban desplazarse con urgencia al Hospital a Pontevedra.  

Donó los solares donde están construidos el centro médico, la plaza de abastos, la Casa Consistorial, el colegio que lleva su nombre, el campo de fútbol y la capilla de San Isidro, además de haber realizado varias permutas y ventas a bajos precios que permitieron al Concello de Ribadumia incrementar su patrimonio.

Viuda dos veces, la vida aún le tenía reservado otro golpe. El más terrible. El día 21 de abril del año 1967, un camión arrolló un vehículo en Briviesca (Burgos) en el que viajaban sus hijas, Julia y Cristina, que fallecieron a causa de la colisión, al igual que sus nietos Jaime e Isidro. Sobrevivió Pedro Jordán de Urríes (tío Perico para la familia), el quinto ocupante del coche.

“Se completaban así las siete espadas de dolor, que traspasarían lo más profundo de su alma. Sus dos maridos, su yerno, sus dos únicas hijas y dos nietos… Demasiado para cualquier persona”, lamenta Vila Fariña. “El glaucoma le impidió derramar lágrimas”, agrega.

Siete años después fallecía Julia María Cleofás Lucrecia Becerra Malvar. La primera mujer de Barrantes que llevó pantalones y fumó en público.

 

Cristina Cebrián, Coca, me habló de su abuela Julia María Cleofás Lucrecia Becerra Malvar una noche de primavera del año 2012 en el salón de su piso de Barrantes. El agua golpeaba con furia los cristales empujada por un viento repentino. Sanxenxo, Madrid… fluyeron ágiles los recuerdos en una narración amena con el jazz sonando de fondo. De su domicilio salí con un libro entre las manos del que es su autora. Se titula Queridos hijos, y fue editado el año 1991.

De sus 87 páginas entresaqué tres reflexiones:

“Sería en 1937, o quizá 1938… Marzo, Abril, Mayo…, la fecha exacta no importa, el protagonista si porque era mi padre y vuestro abuelo cuando tenía 25 años y en España se vivía aquella Guerra Civil, que para vosotros es “Historia Contemporánea”, y para mí, apasionadas historias de sobremesa de los que tan fuerte la habían vivido en su piel…”

“Pienso en los marineritos de la Santa María y de las Corbetas que la acompañan que, poco a poco, comienzan a volver; y también en el regreso a sus casas de los que estaban retenidos en Bagdad” y alude al “grito de ‘Crisis’ que han aprovechado para lanzar los jefes de gobierno de nuestros países occidentales al ver acercarse los bíblicos años de las vacas flacas”

“El S.I.D.A. y las enfermedades venéreas, que como una plaga terrible invaden el mundo –lo que es suficiente para buscar cualquier barrera (…) El Tema es el mal estilo con el que está hecha la campaña (…) Por otro lado, la Iglesia Católica se aferra demasiado a ideas ancestrales, creando como de costumbre una guerra, que al final perjudica a quienes va dirigido, unos jóvenes que debían temer un conocimiento claro de higiene y moral de la época que les ha tocado vivir”.

la sombra de los días
2/13/2022
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