Polonia, generosidad en la ruina


Llegamos a Varsovia la tarde del 4 de octubre de 1951, el conductor que vino a buscarnos al Aeropuerto de Okęcie hablaba español, cayó la noche durante el viaje y dijo, “ahora estamos pasando por la Plaza Central”, pero no veíamos nada porque estaba todo oscuro. “Los polacos se van muy pronto a dormir”, concluyó mi hermano Blas. A la altura de un bloque de edificios nos indicó que uno era para la colonia española. Allí nos reencontramos con mi padre, que trabajaba en una fábrica de automóviles, tras una ausencia que se había prolongado durante más de un año.

Se llamaba Juan San Sebastián Ormaechea, nació en San Salvador del Valle (Bilbao), era comunista, esperaba encontrar refugio en Francia tras la Guerra Civil y, como tantos otros españoles, fue internado en el campo de internamiento de Argèles-sur-Mer antes de ser liberado para trabajar en una de las fábricas de aviones situadas en las inmediaciones de Toulouse.

Poco después de haber finalizado la II Guerra Mundial, la ejecución en España del minero y guerrillero comunista Cristino García Granda fue el detonante de un escándalo que provocó el cierre de la frontera entre los dos países, a la que siguió, en 1950, la deportación de un pequeño grupo de refugiados a Argelia y a Córcega, una medida que adoptó el Gobierno francés al considerar que podían convertirse en un elemento desestabilizador. Mi padre fue enviado al país africano, y transcurrido un año formó parte del grupo (formado por alrededor de 200 personas) al que le abrió sus puertas Polonia y se establecieron en Varsovia y Katowice.

Mi madre, Carmen Cortés Brun, nació en Francia porque mi abuela dio a luz en este país cuando acompañaba a su marido, un carpintero que trabajaba en la construcción del túnel de Somport. Procedían del Valle de Hecho (Huesca), sus padres y sus dos hermanos (que habían luchado en la División 43 de Aragón) y una hermana cruzaron la frontera y ella fue  internada en un campo de refugiados en las afueras de Troyes.

Roland San Sebastián Cortés, en la Plaza del Castillo de Varsovia

Se conocieron en Pau, donde nací el 10 de abril de 1947. Mi hermano Blas tenía tres años y mi padre y sus cuñados trabajaban en una empresa maderera que además de servirles de sustento, también la utilizaron como tapadera del Partido Comunista de España para ayudar a los guerrilleros.

Mi tío Antonio había combatido como piloto en un avión de guerra y falleció en un accidente trabajando con la madera, mientras que mi tío José se tiró al mar para evitar ser detenido en la batalla de Dunkerque y fue recogido por los ingleses. A pesar de que le habían concedido la Legión de Honor, la más alta condecoración francesa, fue detenido en 1950 y deportado a Clermont-Ferrand. Nosotros logramos salir adelante gracias a la ayuda que nos ofreció, a título personal, el gobernador del departamento de los Pirineos Atlánticos, hasta que pudimos viajar a Polonia.

La urbanización que iba a convertirse en nuestro nuevo hogar estaba ubicada en Nueva Praga, un barrio de Varsovia situado en la orilla derecha del río Vístula, detrás del parque zoológico y frente a la Ciudad Vieja, que se encontraba en ruinas cuando la pisé por primera vez, a mis cuatro años. Pasado el tiempo pude saber que la práctica totalidad de la ciudad había sido arrasada por el ejército alemán, que solo dejó en pie una iglesia en cuyo campanario había instalado ametralladoras y un punto de vigilancia.

La orgía de sangre y muerte había sido la respuesta de Adolf Hitler a la rebelión protagonizada por varsovianos, que se prolongó durante 63 días entre los meses de agosto y octubre de 1944. Aunque había comenzado un vigoroso proceso de reconstrucción, en el que resultó fundamental la férrea voluntad de los ciudadanos, la visión de los edificios destrozados fue una estampa cotidiana en mi infancia.

Monumento a la Insurreción de 1944, ubicado en la Plaza Krasinski

En casa hablábamos español y francés, y transcurrido medio año,  Blas y yo, también nos comunicábamos en polaco utilizando el limitado vocabulario de un niño. Tras la escolarización obligatoria y el bachillerato llegó acceso a la Universidad. Por aquella época visitó Varsovia el Premio Nobel de Medicina Severo Ochoa y una charla suya me entusiasmó de tal manera que me matriculé en Bioquímica. Un año después, tuve que asumir que me había equivocado.

Estudié Ciencias Políticas y cuando estábamos finalizando la carrera era habitual que nos preguntasen dónde esperábamos trabajar. Los medios de comunicación social del Gobierno eran una opción, pero los más ambiciosos, y yo me consideraba uno de ellos, manteníamos que no íbamos hacer propaganda, de manera que cuando finalicé me dediqué a hacer de traductor entre delegaciones polacas y latinoamericanas.

En una de las muchas conferencias de prensa a las que asistí, el corresponsal de la Prensa Latina en Varsovia me ofreció trabajar con él y lo hice durante cinco años, y a continuación me convertí en el responsable de un programa en español de la Radio Nacional Polaca en el que, una vez a la semana, abordaba las relaciones entre Polonia y España a través de la historia y respondía las preguntas que me llegaban, para lo que me documentaba en la Biblioteca Nacional.

Monumento al Pequeño Insurrecto

Entonces desayuné en más de una ocasión requesón con azúcar en los bares de leche, que abrían muy temprano para servir platos basados en la leche y la harina a unos precios muy económicos. Fueron fundados en 1896 por una cooperativa alimentaria, llegó a haber más de medio centenar en la ciudad, y tras la caída del régimen, a partir de 1989, se convirtieron en la diana de los ataques contra todo lo que olía a comunismo. Hoy quedan unos pocos.

Mi dominio del español y mi relación con Latinoamérica me abrieron las puertas de Cuba en 1984. Tres años antes había corrido el rumor, entre la población, de que la URSS estaba dispuesta a invadir Polonia, y que la respuesta de EEUU sería hacer lo mismo en isla caribeña. El general Wojciech Jaruzelsky tranquilizó a los soviéticos imponiendo la ley marcial para frenar las protestas, Fidel Castro respiró aliviado, y así dieron comienzo los intercambios juveniles entre los dos países. Yo participé en el primero como intérprete. En 1980 había emergido al frente del sindicato Solidaridad la figura del que iba a ser su relevo en la presidencia de la República polaca diez años después, Lech Walesa.

Mañana España, decíamos cuando nos reuníamos en Centro Cultural Español para celebrar la Navidad, pero lo cierto es que la dictadura se prolongó hasta la muerte del dictador y en Varsovia recibieron ayuda varias de sus víctimas cuando salieron de la cárcel, a las que conocí, como Manuel Mota y Joaquín González, que fueron torturados, al igual que un hombre de origen catalán, apellidado Minguión, que llegó moribundo y falleció poco después. Polonia también acogió a Manuel Cortés, que escapó de la muerte en Mathausen, al igual de Jaime Nieto, de Albacete.

Polonia nos acogió sin pedirnos que renunciásemos a nuestra nacionalidad cuando estaba en ruinas y nos ofreció todo lo que necesitábamos. Yo no viví directamente la Guerra Civil ni la II Guerra Mundial pero soy una víctima de las dos porque muchas cosas que me ocurrieron cuando era niño o adolescente son el resultado de ambas. En la antigüedad se guerreaba por el trigo o por los caballos y la mayor parte de las víctimas eran soldados, hoy son civiles y se busca dejar tierra quemada. Estamos de nuevo en  guerra o, podría decirse de una forma más precisa, no estamos en una época de paz.



Nueve vidas marcadas por dos guerras

En un año posterior a 1956 fue sacada esta foto. Eran los tiempos del deshielo y Polonia había iniciado la producción en serie de cámaras fotográficas, cuyo precio resultaba accesible. Su autor es posible que hubiera sido el padre de alguno de los nueve niños  que figuran en la misma y la marca de la cámara pudo haber sido Druh. El escenario es el barrio de Nueva Praga (Varsovia), y se ubica frente al edificio donde se encontraba el Club Español.

El que está situado de pie, comenzando por la izquierda, es Carlos Marrodán, que vive en Varsovia. Roland San Sebastián lo considera “uno de los mejores traductores de literatura española”. Entre otros autores, tradujo al polaco a Gabriel García Márquez, Carlos Ruiz Zafón o Vargas Llosa. A su lado se encuentra Anamaría Sellas, que también vive en la capital de Polonia y tiene nacionalidad polaca, lo que le permitía viajar con su marido, un funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores.

Carmen Benavente nació en 1948 y se reencontró con sus dos hermanos en Francia, país en el que falleció en la década de los 90. A su izquierda están dos de los tres hermanos Lamarca (Silvia y Manuel), mientras que la tercera (Marcela) está sentada. Su madre era francesa y regresaron a Francia en la década de los 60, Silvia a París, Manuel a Córcega y Marcela al pueblo natal de todos ellos, situado en los Pirineos Orientales.

El segundo de pie por la derecha es Roland San Sebastián, y a su izquierda se encuentra Antonio Galiano (1946), que estudió la Educación Primaria en Varsovia. Su familia aprovechó una amnistía para regresar a España y él se estableció en el pueblo de su madre, Camprodón (Girona), donde es el propietario de un restaurante. Jaime Nieto (1949) está sentado. Retornó en la década de los 80, estableciéndose en Alcalá de Henares. Es artista plástico y está casado con Sonia Cornellá, cuyo destino inicial fue  Katowice y trabajó en el Instituto Cervantes de Madrid, después de haberlo hecho en la Embajada Española en Varsovia.

 

 



la sombra de los días
12/26/2025
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