Vidas enterradas bajo el agua


Apenas recién salido de las entrañas de la tierra, y cuando aún conservaba la alegre sonoridad de un sonajero, el Ulla deja de ser manejado por los meteoros para convertirse en un recurso de aprovechamiento hidroeléctrico gestionado desde las oficinas de una compañía. La construcción del embalse de Portodemouros, en los primeros años de la década de los sesenta del siglo XX, convirtió su corriente en rehén de unos intereses económicos.

Miles de toneladas de cemento fueron empelados en la construcción de una gigantesca balsa entre los municipios de Arzúa, Santiso, Vila de Cruces y Agolada, interrumpiendo su fluir natural desde tiempos inmemoriales. Varios puentes quedaron sepultados, el agua aisló a las gentes que los cruzaban a diario para visitar a sus familiares o amigos o trabajar en sus fincas. Las subidas de caudal provocaron anegamientos de tierras dedicadas al cultivo, comenzaron a verse señales prohibiendo el paso por los caminos que marcaron el itinerario de varias generaciones. La convivencia sufrió un cortocircuito.

La carretera bordeando el perímetro del embalse no llegó a construirse. Las víctimas de aquel atropello protagonizaron protestas. Lalín, Pontevedra y Santiago fueron los escenarios de manifestaciones reprimidas y silenciadas por la dictadura franquista.

La lucha protagonizada por los afectados hizo posible cruzar en una barcaza los 400 metros que separan los lugares de Beigondo y Loños, en los municipios de Santiso y Vila de Cruces, evitando un rodeo de 30 kilómetros, y que su capacidad inicial hubiera sido ampliada tres décadas después de su puesta en servicio.


Ninguna mejora hubiera minimizado el desgarro sufrido por aquellos cuyas vidas se redujeron a poco más que sus lugares de nacimiento, un pedazo de tierra hidratado por el joven Ulla en el que construyeron su mundo, pero la diligencia de quienes permitieron que el río se convirtiese en un negocio para unos pocos y una ruina para muchos no evitó la muerte de cinco jóvenes de Loño (Vila de Cruces) que acabaron en sus profundidades cuando la pequeña barca en la que regresaban de una romería naufragó.

Sucedió en el año 1972. Unos mascaron y tragaron su rabia. Otros la expulsaron en la calle. Sus gritos desesperados rasgaron el silencio, que se impuso de nuevo.

La vida que propaga la energía a miles de kilómetros de aquí también tiene su cruz en el exterminio de especies piscícolas como el salmón, el reo o la lamprea. Queda la trucha, y varios ejemplares de este ciprínido llegaron a las manos de un pescador sorprendido al observar que una o dos anguilas venían adheridas a sus costados. Eran las descendientes de otras que quedaron río arriba, atrapadas por el muro cuando se levantó la gran pared, y mientras unos ejemplares siguen buscando el mar para desovar, otros convirtieron las aguas cerradas en su entorno.


Durante varias temporadas, miles de piragüistas lo llenaron de color y bullicio, convertido en una pista donde se celebraron competiciones. Cerca de la orilla fue levantando un edificio, dotado de habitaciones y servicio de comedor, que un día abandonaron y hoy se pudre abandonado. Al borde de la orilla puede verse el andamiaje del punto de control usado por los árbitros para seguir el desarrollo de las regatas. Sus cristales están destrozados y nada se parece al escenario en el que miles de palistas, exhaustos y orgullosos, recibieron medallas y trofeos entre aplausos.

 

Recapitulemos.

El día 10 de noviembre de 1962, una orden ministerial del Gobierno franquista autorizaba la construcción del embalse de Portodemouros en el río Ulla. Seis años después se llenaba por primera vez. En el tramo próximo a Brocos (Agolada) quedaban enterradas unas cuarenta casas.

Les arrancaron la vida. Muchos enfermaron con el disgusto. Uno de los vecinos más viejos no pudo superarlo. Aquel hombre, al que le expropiaran la casa, se ahogó en el mar de cemento de A Coruña. La fuerza ciega del progreso arrasó los proyectos vitales de varias generaciones.


Transcurridas más de siete décadas, la sequía deja al descubierto los restos de aquellas aldeas, sepultadas bajo un manto de agua de más de 77 hectómetros cúbicos. Sufrimiento y rabia contenida por la represión franquista. Un puñado de monedas para facilitar el negocio de la empresa Moncabril S.L, que fue integrada en Unión Fenosa (posteriormente, Gas Natural Fenosa y, actualmente, Naturgy).

La noche en que comenzaron a llenar el embalse el agua inundó las casas de aquellas familias que se resistían a abandonarlas y no tuvieron otra opción que resignarse y hacerlo en la mañana siguiente. Pocos se llevaron las piedras para levantar las nuevas viviendas en otros lugares. En unos casos dejó paso al ladrillo, y en otros, los expropiados enfilaron el camino de la emigración. 

En el nombre del progreso condenaron a la desaparición a varias aldeas. Surgió así el conflicto entre el capitalismo depredador y la autenticidad de unas gentes profundamente respetuosas con sus antepasados y enraizadas con la tierra que los vio nacer, crecer, sufrir y trabajar día a día. Tras una prolongada agonía anímica, en O Marquesado sólo quedó una casa en pie, situada en O Castro.

Y del anegamiento al pillaje. Aprovechando las bajadas del nivel de ocupación del embalse comenzó el negocio con las piedras de la iglesia, de los molinos y de las casas. Piedras con las que fue construido el cementerio acabaron formando parte de casas restauradas. Del camposanto fueron trasladadas algunas sepulturas al nuevo, pero las más antiguas permanecen bajo el agua, en el interior de lo que un día fue un templo.

 

 

Nómadas
1/02/2024
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