En aquella Galicia que Álvaro Cunqueiro definió como “el país de los mil ríos” -una tierra en la que el agua brotaba de cualquier rincón y en la que no por eso era (ni es) un derecho humano, sino que está considerada como un bien de consumo- una expresión de su valoración social se reflejaba en la construcción de fuentes ornamentales, unas de carácter público y otras por iniciativa privada.
A un escultor
nacido en Troáns (Cuntis), Maxín Xulio Picallo Durán, le plantearon el proyecto
de construir una, y esta labor se enmarcaba en otra más ambiciosa: la de restaurar
el grandioso y monumental enclave donde sería instalada: el Mosteiro de Oia. El
encargo fue realizado, en el arranque de la década de los 70 del siglo XX, por José González García, el quinto
propietario del cenobio desde que dejó de ser propiedad de la Iglesia, tras la
Desamortización de Mendizábal, en el año 1835.
“La maqueta
de la fuente se basaba en lo que había leído sobre ella y estaba compuesta de
varias alturas. Una parte era absolutamente ornamental, como sucedía con el
cuerpo central, que estaba compuesto por hojas de acanto, volutas, molduras y
elementos florales. Estas composiciones se distribuían entre pie, platos y caballos, y todo en forma de capiteles
columnas y ménsulas”, explicó Lea, una nieta del escultor.
En su descripción también figura que sería instalada en el claustro pequeño y tendría una altura de ocho metros. “Los platos son planos y horizontales, con cabezas barbudas de frailes y guerreros, talladas en forma de grifos por donde vertían el agua de plato en plato, hasta llegar al pilón inferior”, precisó.
Un
monumental conjunto formado por cuatro cabezas de caballo estaba destinado a
coronar el conjunto, vertiendo agua por sus bocas, para recordar que fueron los
monjes quienes los trajeron, y culminado con una pieza en forma de pináculo,
con un remate de hojas de acanto y cuatro escudos: uno de la Orden del Císter,
otro en memoria del rey Alfonso VII, y los otros dos de armas.
Lea recordó
que, al tiempo que trabajaba en la elaboración de la fuente, su abuelo
supervisaba el equipo que se encargaba de retirar la cal de las paredes y
arcadas, al igual que la escalinata principal, que se encontraba muy
deteriorada por el efecto de la salitre. (El de Oia es el único monasterio
gallego situado a orillas del mar).
“El trabajo marchaba sobre ruedas”, dijo Lea, pero un acontecimiento histórico iba a dar al traste con el proyecto: la Revolución de los Claveles, porque el capital de José González García, que se encontraba depositado el país vecino, fue confiscado por el nuevo gobierno que sustituyó al presidido por el dictador Antonio Salazar.
“Fueron unos
momentos desesperados que me obligaron a recoger toda la herramienta e
instalarla de nuevo en mi taller. Desde esa fecha, el 25 de abril de 1974,
hasta 1978, fui viviendo con alguna exposición y pequeños trabajos. Fueron años
muy difíciles. Pasado ese tiempo volvió a sonreírme la vida con nuevas
oportunidades en la Comunidad Valenciana, donde pasé seis años y obtuve grandes
éxitos”, recordó Lea ante un auditorio que ocupaba la totalidad del aforo.
Pero, a la
vuelta, nada quiso saber del trabajo inacabado la Corporación Massaveu, que se
hizo con el monasterio, y aunque Maxín Picallo fue recibido por los representantes
de la empresa que adquirió la propiedad a la firma cementera asturiana (‘La
Toja’, a través del Banco Pastor), tampoco fue posible. Pasado un tiempo, le
respondieron que “Patrimonio no dejaba hacer nada en el claustro pequeño. Eso
fue todo hasta el día de hoy”. Y así concluyó la lectura del escrito realizada
por Lea.
Y el día de hoy fue el 7, fecha en la que la Compañía Vasco Gallega, empresa propietaria del Mosteiro de Oia. Maxín Picallo, vecino de Goián, recordó que desde que era un chaval se sintió atraído por la luz sobre las hojas y el movimiento de los árboles provocado por el viento. Se definió como “un enamorado da natureza” que rodeaba su Troáns natal. Recordó que el Camiño de Santiago supone un acontecimiento constante porque “cada día ofrece algo novo”.
De su oficio
subrayó que aún quedan grandes profesionales, pero advirtió de que trabajar la
piedra tal como a él le enseñaron exige
saber hacerlo y también disponer de las herramientas necesarias, y muchas de
ellas ya no existen en un mundo mecanizado. Las cuatro cabezas de caballo fue
la primera etapa de la visita guiada, que continuó en el claustro donde se
encuentran el resto de las piezas de la fuente que quedó sin montar. .
La Compañía
Vasco Gallega se hizo con la propiedad del monasterio en el año 2004 y promueve
un proyecto hostelero con un marcado componente social y cultural. La prueba de
su apuesta es que desde hace varios años organiza una serie de actividades
culturales abiertas al público y relacionadas con la Memoria Histórica, porque
este conjunto fue convertido en un campo de concentración por el bando
franquista entre los años 1937 y 1939, además de reconocer el trabajo de
divulgación realizado por diversas personalidades.
Esta firma escribe la última etapa de una larga trayectoria que comenzó en 1149, año en el que está registrado el primer documento fiable, la donación del rey Alfonso VII, que concede Mougás, Viladesuso y Pedornes a los monjes. En 1185 se incorpora a la Orden del Císter, en 1201 Alfonso IX le dona la iglesia de Baiona, lo exime de pagar tributos en su puerto y aparece la primera alusión a la cría de caballos salvajes en los montes. El mismo monarca que otorga la isla de San Martiño en 1228.
Fernando III
confirma todas las heredades y privilegios en 1231, en 1280 Dionisio I, rey de
Portugal lo toma bajo su guardia y protección, y en 1547 se incorpora a la
Congregación de Castilla de la Orden Cisterciense. Felipe IV le concede el
título de Real e Imperial al Monasterio de Oia tras los combates contra los
piratas turcos y bereberes.
Las obras en
las alas del Patio de los naranjos concluyen en 1739, y las de la nueva fachada
de la iglesia, en 1740. Con la Desamortización de Mendizábal, en 1835, comienza
un nuevo capítulo. Su primer propietario es Fernando Fernández Casariego, de
Madrid, que paga 200.000 reales y que lo vende, en 1870, a un vecino de A
Guarda, Bernardo Alonso, por un millón.
En 1910 lo alquilan a los jesuitas expulsados de Portugal, que tienen que abandonarlo en 1932 al ser expulsados de nuevo. En el período comprendido entre los años 1937 y 1939 se convierte en un campo de concentración para presos republicanos durante la Guerra Civil.
La familia
Bouso se hace con la propiedad en 1945 por 60.000 pesetas y es en 1974 cuando
adquiere el monasterio el tudense José González García, que desembolsó 6,4
millones de pesetas. La Corporación asturiana Massaveu invirtió 261 millones en
1989 y el Banco Pastor pagó 200 para comprarlo. La Compañía Vasco Gallega,
actual dueña, invirtió 2,4 millones de euros en su adquisición.
El primero de los reconocimientos,
celebrado en el año 2019, tuvo como protagonista a Joan Salvador, por tratarse
del último superviviente de los presos que durante la Guerra Civil fueron
encerrados en el monasterio; el segundo reconocimiento correspondió al
investigador Francisco Javier Costas Goberna, y el tercero recayó sobre Grato
Amor y Carlos del Río, a título póstumo, por su
contribución a la promoción del Camiño de Santiago da Costa.
Al homenaje asistió la alcaldesa de Oia, Cristina Correa, y Maxín Picallo estuvo acompañado por su esposa, Delva; sus hijos Cecilia, Delva y Maxín, y sus nietas, Lea y Daría, además de un nutrido grupo de amigos que tuvieron la ocasión de charlar con el artista, de 82 años, de forma distendida.
Queda en el
aire el interrogante de si algún día podrá escucharse la música del agua
bajando de plato en plato por la fuente, tal como proyectó el escultor hace más
de medio siglo.
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