Volver a Piódão



Después de un largo recorrido por una carretera trazada en la falda de una montaña, sin más visión en los cuatro puntos cardinales que un monte en el que escasean los árboles, al viajero le asalta la duda. Preguntó una, dos, tres veces, y una dos y tres personas que andaban a sus vidas se detuvieron un momento para trazar la ruta de aquel desorientado, poniendo en el intento toda su cordialidad, un gesto que multiplica la gratitud de quien escucha y trata de infundirse ánimos.

El sol de septiembre brilla en lo alto, el coche deja el asfalto y se interna por una pista de tierra, que se convierte en una sucesión de baches y desemboca en un parque eólico. Vuelta atrás, y llegado a la carretera de nuevo, se cruza otra vez el fantasma de la duda. Mira hacia la derecha, mira hacia la izquierda y sigue adelante, que equivale a tirar por la izquierda.

A estas alturas el humor ya no estaba para escuchar música: ni la de los numerosos cedés que iban en la guantera ni tampoco la que pudiera sonar en alguna de las pocas emisoras cuya señal se podía captar con nitidez. En este trance se encontraba cuando se produjo la visión. Sucede que cuando se llega a un lugar nuevo, las primeras impresiones que provocan son graduales: de la visión del detalle a la vista panorámica. No aconteció tal cosa en este caso.

Pizarra gris y carpintería azul, dos signos de identidad

Las casas agrupadas trepando por la ladera, la iglesia blanca contrastando con el color negro de la pizarra de los tejados de las viviendas, las terrazas amuralladas para contener las tierras dedicadas al cultivo, el canto de algún pájaro rasgando el silencio, el riachuelo cruzando el paisaje como una lengua de plata, el puente de un arco. El belén de la infancia se encontraba ante sus ojos: Piódão.

Cuentan cuando ya no estemos, nuestras moléculas se fusionarán con las de otros seres humanos, y del encuentro de entre unas y otras brotarán nuevas vidas, y que así se forma la cadena desde hace miles de años y, de este modo, siempre quedará un rastro de lo que fuimos en algún eslabón. Quiere eso decir que aquellos que un día llegaron a este oscuro y armónico conjunto de viviendas arracimadas en la Sierra de Acor habrán dicho: valió la pena, se habrán reprochado por sus injustificadas dudas y volverán a este lugar, aunque sea con otro cuerpo y otra identidad.

Porque Piódão no es un lugar de paso, es un destino, y cuando uno se pone una meta, alcanzarla multiplica la satisfacción. Tiene algo de peregrinación esto de viajar hasta Piódão, un laberinto de calles estrechas y anguladas, de escalones, de ventanas de color azul y un festival cromático brotando de las macetas; una plaza con sus cinco letras, concebida para escuchar y hablar, para sentarse y dejar pasar el tiempo sabiendo que no equivale a perderlo, sino todo lo contrario. Observar cómo transcurre la vida en los lugares donde la vida no se convirtió en un sinónimo de prisa, ruido y agobio. Es el lugar para romper el reloj, hacer una pausa y curar los males de estos tiempos.



Refrescándose el gaznate con una limonada fresca, a la sombra de un árbol, reflexiona ahora el viajero y reconoce la fortuna que le corresponde cuando le cuentan que desde 1521, año en el que germinó esta belleza en medio de la nada, sus habitantes convirtieron la vida en un ejercicio de superación, que no lo fue menos tres siglos después, cuando fue construido el Camino Real de Covilha a Coimbra y, con él, la llegada de los mercaderes transportando alimentos en sus caballerías. Y en sus tierras no se asentó el asfalto hasta 1971.

Nada debería extrañar, pues, que hubiese sido el lugar elegido por aquellos que trataban de huir de la acción de la justicia, como Diego López Pacheco, que se puso a cubierto de la venganza de Pedro después de haber asesinado a Inés de Castro,  allá por el siglo XIV.

Como sucede en tantos crímenes, conviene mirar hacia la luna en lugar de fijarse en el dedo que la señala: la mano ejecutora poco nos desvela de una historia de amor entre la hija del primer señor jurisdiccional de Monforte de Lemos y un noble con aspiraciones de alcanzar el trono, y que el posible matrimonio entre ambos (celebrado nueve años después de que la esposa de Pedro hubiese fallecido durante un parto, en una ceremonia sin validez) fuese el capítulo previo a la anexión de Portugal por el Reino de Castilla.

La iglesia, el contrapunto cromático

Este era el telón de fondo del asesinato cometido en el Palacio de las Lágrimas de Coimbra, y el instigador no fue otro que el rey Alfonso IV, pero Pedro supo maniobrar y hacerse con el poder. 

Convertido en rey, consumó su venganza ordenando que le arrancasen el corazón a dos de los instigadores del crimen (a uno por la espalda y al otro por el pecho). No debió quedar satisfecho, y también hizo que fuesen expuestos los restos de Inés de Castro, en avanzado estado de descomposición, obligando a los representantes de la nobleza a rendirle honres. (Advertencia para el lector: a partir del primer punto y seguido, debe entender que semejante iniciativa se enmarca en el amplio capítulo de las leyendas).

El viajero se festeja con un trago para aliviar la sed, pide otro refresco, retorna al presente y se sorprende al encontrarse en un universo de pizarras asentadas con precisión milimétrica, con sus tonalidades grisáceas y parduzcas, pero el pasado se hace un hueco de nuevo cuando escucha que el color azul de la carpintería de las casas tiene un motivo y que la uniformidad no obedeció, en su origen, a un criterio estético.

Bancales para el cultivo

No estaban entonces los tiempos para esas exigencias, y la razón es simple: en un Piódão asilado del mundo y con una sola tienda en la que era posible comprar pintura no hubo otra elección que adquirir la de color azul, por ser la única a la venta. Y desde entones sus habitantes no encontraron motivo alguno que justificase el cambio.

Allí, desde el lugar que ocupa en la plaza, observa el museo etnográfico, un espacio donde utensilios, herramientas, mobiliario y fotografías convierten el pasado en presente y resulta imprescindible para entender el hoy y el ahora, aunque en esta aldea podría hacerse una excepción porque el tiempo parece haberse detenido.

El viajero imagina este lugar cuando las brumas sobrevuelan sobre los bancales y su filtro grisáceo difumina los perfiles de las masas arbóreas erguidas en el contorno. 

Después de haber recorrido los rincones de una aldea en la que viven no más de doscientos vecinos, la posición del sol le advierte de que está llegando la hora del adiós, y como tantas veces acontece a los viajeros, trata de almacenar todas las visiones, los olores, las sensaciones, los sonidos y los sabores antes de partir.

Y se hace una firme promesa (por cierto, nada original): volver a Piódão.



Nómadas
4/22/2021
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