Más que caer, la lluvia desciende perezosa y parece como si se hubiese instalado en el entorno, y cuando despierta el viento –cosa que acontece bastante a menudo- adquiere el aspecto de una cortina gris que abarca toda la ancha panorámica que divisan nuestros ojos.
Después de
haber recorrido varios kilómetros, a los componentes de la expedición les
invade una sensación extraña: la de encontrarse en un territorio silencioso,
gris y sin referencia alguna que los pueda conectar con la cotidianidad.
Transcurrió
más de una hora desde que accedieron a una playa de Normandía, para observar cómo se cultiva el mejillón, donde se subieron
a una flotilla de tractores sobre los que avanzan lentamente por el mar.
Unos hablan,
otros hacen fotos. Hay quien pregunta cuándo llegaremos a Inglaterra. Los
componentes del grupo de música y baile Nós, de Sobradelo (Vilagarcía de
Arousa), cantan. Si el tiempo acompañase, hasta podría sonar la gaita, pero la
humedad es uno de los enemigos de los instrumentos musicales. La escena
adquiere un cierto tono surrealista.
Cultivo del mejillón |
En aquel grandioso escenario era imposible que no se hiciese presente el recuerdo de uno de los acontecimientos bélicos de mayor envergadura de cuantos protagonizaron los seres humanos a lo largo de la historia (que, por desgracia, no fueron pocos).
Un joven oficial de la Marina de Estados Unidos anotó en su cuaderno la sensación que lo invadía y que recoge Antony Beevor en su libro El Día D. Era la de acercarse a un gran abismo, con la inquietante duda de si iban a ser las víctimas de una trampa mortal o lograrían coger desprevenido al ejército alemán en una operación planeada para poner fin a la II Guerra Mundial.
La playa
entre Pouppeville y La Madaleine era Utah Beach en el argot militar. Más de
23.000 soldados estadounidenses desembarcaron por ella a primeras horas de la
mañana del día 6 de julio de 1944 y abrieron el camino para que las tropas se
movieran hacia el interior. Omaha Beach era el nombre en clave del arenal
situado entre Sait-Honorie-des-Portes y Vierville-sur-Mer, en la que se
produjeron más de 3.000 muertes en los primeros compases del desembarco.
En torno a
25.000 británicos pisaron tierra en Arromanches-les-Bains (Gold Beach), para avanzar nueve kilómetros
hacia el interior en la primera jornada, mientras que los soldados canadienses
pusieron sus pies en Normandía en el agitado mar entre Saint-Aubin-sur-Mer y
Coursevilles-sur-Mer (Juno Beach), y en la zona más oriental, la comprendida de
Ouistrehan a Saint-Aubin-sur-Mer, los británicos doblegaron la resistencia de
las mareas para completar la operación.
Desembarco de Normandía |
Los
tractores siguen adelante, rodando sobre una superficie irregular, se desplazan
sobre un mar imponente que cuando se repliega durante la marea baja deja
expedito un inmenso territorio de más de veinte kilómetros de longitud, pero
cuando los astros determinan el cambio de ciclo, con implacable precisión, las
mareas encienden sus motores. En unos momentos su nivel sube catorce metros y
el agua lo ocupa todo.
Concluye la
experiencia que tuvo como anticipo un banquete. Montañas de marisco, no podía
ser de otro modo. Lo sorprendente del ágape no fue su menú, sino el lugar donde
se celebró: una sala de fiestas discoteca bordeada por columnas, con
asientos arrimados a las paredes y un palco en el que las orquestas daban lo
mejor de sí para sacar a la gente a bailar. Todo un viaje a la década de los
años setenta del siglo XX.
Con cerca de
350 kilómetros de litoral, Normandía está siempre bajo el signo fluctuante del
agua, salada y dulce. Nada es definitivo y ninguna definición es permanente
porque las tierras se mueven al ritmo de los impulsos de las mareas, que dejan
a la vista los islotes o los sepulta
El agua gana
metros en la tierra con paulatina insistencia. El viento mueve las dunas y los
ríos se difuminan en las marismas y entre la niebla.
Mesetas
verdes y valles coloreados por masas de árboles de hoja perenne desembocan
abruptamente en vertiginosos despeñaderos y acantilados que caen a plomo sobre
el Canal de La Mancha y el Océano Atlántico.
El Grupo Nós, por las calles de Grenville |
Los vecinos
se detienen, estupefactos, y otro tanto acontece con los vehículos. En unos
momentos, el público se arremolina en torno al grupo Nós, aplauden admirados, y
cuando se detienen sus componentes, admiran cada detalle de su vestimenta y los
asaetean a preguntas.
Puerto de Granville (Manu Villaronga) |
En su periplo musical pasaron por delante del solar en el que se encontraba el Hotel Normandy, convertido en el kommandantur, en cuyo tejado instaló una antena la Gestapo. Los nazis invadieron Granville en junio de 1940, construyeron unas fortificaciones en punta Roc y la parte alta formaron una barrera compuesta por carros de combate, después de haber expulsado a sus habitantes.
Once vecinos
de Granville acabaron en el campo de concentración de Auschwizh: ocho judíos y
tres comunistas. Maurice Marland lideró la resistencia y fue asesinado, su hijo
Serge denunció lo sucedido y también lo mataron. El Liceo Municipal de esta
localidad lleva su nombre.
El pasado
está muy presente en este territorio cuya ubicación lo convirtió en un enclave
codiciado, y a través de los siglos se sucedieron las guerras, la construcción
de cuarteles y otras instalaciones militares, la destrucción de sus murallas y
su reconstrucción.
Casino de Garnville (Manu Villaronga) |
Hoy es un
establecimiento interclasista e intergeneracional, sin exigencias en el vestir,
y tanto delante de sus máquinas tragaperras
como en su pista de baile se entrecruza un público de todas las edades.
Semejante
composición es la del público que acude a las carpas donde se celebra el sexto
Festival de las Conchas y los Crustáceos. Es el escaparate en el que luce toda
la riqueza que extraen de un mar bravo, en la que destaca por encima de todos
los productos la ostra. Es la estrella.
Orondos,
mostachudos algunos y sonrientes todos, con la gorra calada y la indumentaria
que requiera la ocasión, los vendedores exponen sus productos del mar y la
tierra bajo unas carpas instaladas en la zona portuaria. El sonido de las
gaitas y la percusión anuncia la llegada del grupo Nós, que se convierte de
nuevo en el centro de atención.
Fiesta de las Conchas y los Crustáceos (Manu Villaronga) |
Cae la tarde
y los expedicionarios que se internaron en el Océano Atlántico sobre tractores
buscan (y encuentran enseguida) un lugar en el que internarse en la noche.
Suena la música, se vacían las botellas de cerveza, y a medida que baja el
alcohol y el manto de humo se hace más denso, sube la trascendencia de las
encendidas intervenciones. Nacionalistas gallegos y normandos se alían para
formar un frente de liberación.
Abrazos y
promesas de amor eterno urgentes. Se presentan los gendarmes y advierten de que
es hora de cerrar. Después de algunos bandazos en el camino de regreso y
titubeos para lograr que la llave entre en la cerradura. La cama está a la vista.
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