Agua, fuego y muerte

 


“Estaba vendimiando cando pasou un avión que me chamou a atención porque seguía unha traxectoria irregular, subía e baixaba. Vai mal, pensei. Entón, meteuse polo medio dos eucaliptos e dos piñeiros».

En el bajo de su casa de Trabanca-Sardiñeira (Vilagarcía), Carmen López narra un suceso que provocó una fortísima conmoción. Tiene 80 años y la tragedia se produjo el día 8 de septiembre de 1976.

El escenario de la tragedia se convirtió en el destino de centenares de personas

«Miña nai e mais eu iamos ao monte cando o vimos pasar. Pareceunos que ía moi baixo. Fixo dúas pasadas a pouca altura». Desde otro punto del mismo lugar, José Francisco Miguéns fue testigo del accidente cuando tenía 13 años y estudiaba en el Colegio de los Padres Somascos de Caldas.

La nave se dirigió hacia la vecina aldea de Guillán, donde se celebraba la fiesta de la patrona. Las manecillas del reloj marcaban las 17.10 horas. «Vimos que voaba baixiño e marchamos correndo», indica Ramón Lorenzo, de 81 años.

«Casi tocaba as viñas», agrega su hijo, Ramón, que tiene 51. «Andivemos polas veigas de millo cara o monte», añade. «As casas do lugar quedaron valeiras e coas portas abertas, deixamos a comida e todo», apunta su padre. Los dos comentan lo acaecido desde el patio de su vivienda de Guillán, mientras arden las brasas en una cocina.

«Estaba no medio da estrada cando escoitei un estourido. Subiron o garda do monte, que era de Guillán, e Ricardo e Tucho, que estaban no alboio arranxando un barril. E despois empezou a chegar máis xente», dice Carmen.

El curso en el Instituto Calvo Sotelo aún no había empezado. Con 14 años, su hija, Carmen Piñeiro, estaba de vacaciones. «Na casa non había ninguén, e como sabía que meus país estaban vendimiando, fun onda eles. Foi cando sentín un ruído moi forte. Botei a correr monte arriba, daquela corría como un galgo. Atopeinos con Ricardo e un home que non sei quen era», explica.

«Escoitamos un golpe moi seco. Non pasaran dous minutos cando oimos un estourido e vimos sair fume. Botamos a correr», cuenta José Francisco Miguéns.

Los vecinos observan la humareda entre los eucaliptos

Subieron por la ladera a través de los atajos y lo primero que observaron fue el flotador trasero del hidroavión, que había quedado casi intacto, y un alerón.

Después descubrieron un pedazo de una pierna cortada a la altura de la tibia, con el pie dentro de una bota, y un brazo seccionado cerca de la mano, con un reloj.

«Iso teño gravadísimo na memoria desde aquela», expone José Francisco Miguéns con rostro apesarumbrado.

«Levantei unhas pólas e vin un corpo todo queimado, veu un gardia civil e tapouno outra vez», narra Ramón Lorenzo. «Pensei niso moitas veces», reconoce.

«Fumos achegándonos con precaución, víase moito fume, un lume baixo, anacos de avión e como sacaban os corpos carbonizados. Un deles tiña o pelo loiro», comenta Carmen López. Otro resultó decapitado.

«Imos mirar, que pode haber algún vivo, escoitábase entre a xente. Non, que pode estourar, dicían outros veciños. Foi entón cando se produciu como unha deflagración, e despois empezou a arder. Facía moita calor aquela tarde. Había máis rapaces da miña idade e estaríamos a uns seis ou sete metros do avión», expone Carmen Piñeiro.

«Falábase de que un deles quixera saltar», añade.

Llegaron los miembros de los cuerpos de seguridad y las autoridades. También los servicios de emergencias, que nada pudieron hacer.

Los guardias se encargan de la extinción del incendio

Carmen López tiene grabada la imagen de los coches fúnebres alineados en la pista forestal que servía entonces de acceso al Monte Xiabre. Acordonaron el perímetro alrededor de los restos de la nave, pero los vecinos no se fueron hasta que se hizo de noche.

En unos lugares el mar era la fuente de vida de muchos vecinos, la actividad pesquera fue también el origen de naufragios y accidentes que se saldaron con víctimas mortales. Era una posibilidad que entraba en sus cálculos. Los coches empezaban a proliferar y la carretera empezaba a cobrarse su tributo.

Lo que no podía imaginar nadie en Trabanca-Sardiñeira y Guillán era que el peligro pudiese llegar del cielo.

Por aquella época, el Ministerio de Agricultura buscó una forma de combatir los incendios forestales por medio de aviones; el modelo elegido fue el Canadiar CL-215. Los dos primeros llegaron en el año 1971, procedentes de Montreal. En 1973 fue ampliada la flota con cuatro Dornier 27, en 1974 llegan ocho nuevos CL-215. Compostela se convirtió en una de las bases de los hidroaviones.

Una de las alas del avión quedó clavada en el suelo

Del aeropuerto compostelano partieron tres con destino a Vilagarcía, donde estaba ardiendo el Monte Xiabre, el miércoles 8 de septiembre de 1976. Al menos uno de ellos era del modelo CL-215.

La construcción de nuevas viviendas aún no había cegado la vista del mar, y desde la casa de José Francisco Miguéns, que ya habían observado en varias ocasiones las maniobras de los aviones llenando sus depósitos.

En aquella ocasión le llamó la atención que en lugar de hacer una pasada, como había sucedido en ocasiones anteriores, se detuviese sobre el agua. “Estivo cinco minutos. Non daba arrincado”, precisa.

Estaba en lo cierto, porque ese modelo carga 500 litros de agua en doce segundos a una velocidad de sesenta nudos.

A duras penas, el CL-215 logró coger altura. El estruendo que provocaban los motores, que posiblemente estuviesen al máximo de su potencia, llamó la atención. “Todo o mundo quedou asombrado polo ruido” señala Andrés Barreiro, que fue presidente de la comunidad de montes donde tuvo lugar el suceso.

La dirección en la que enfiló no lo llevaba hacia el incendio y los vilagarcianos en seguida se percataron de que algo terrible estaba a punto de producirse.

Sobrevoló por encima de unas parras antes de acercarse al monte, donde sufrió el primer impacto contra un eucalipto de grandes dimensiones cuyo tronco quedó partido. Perdió un ala, a unos 200 metros se estrelló en el suelo y acabó convertido en un amasijo de hierros retorcidos.

Una columna de humo permitía localizar el lugar de la tragedia desde varios kilómetros de distancia. “El aspecto resultaba verdaderamente lúgubre y todas las operaciones de rescate fueron seguidas con respetuoso silencio por la multitud”, podía leerse en la crónica de Diario de Pontevedra, que ilustró la información de la portada con dos fotografías.

El ejército del aire no hizo mención al origen del siniestro, que todas las informaciones achacaron a un fallo mecánico. “La labor del batallón aéreo exige sacrificios que incluso llevan consigo la pérdida de vida de sus integrantes”, figuraba en un comunicado.

Monumento a las víctimas en el Monte Xiabre
En una España donde su única oferta de televisión se reducía a un canal, la noticia fue portada y llegó a todos los rincones, con la alambicada prosa de los informativos que conservaban el tono heredado del franquismo.

Carmen López, Carmen Piñeiro, José Francisco Miguéns, Andrés Barreiro y Ramón Lorenzo (padre e hijo) plantean la posibilidad de que no lograsen abrir la compuerta para descargar agua y coger altura, y coinciden en su veredicto: el alférez José Luis Herraiz, el brigada José Cachafeiro y el sargento José Pérez se sacrificaron para evitar la tragedia que hubiera supuesto que el avión se estrellase contra las viviendas de Trabanca-Sardiñeira o Guillán.

Y reconocen que tampoco sería descabellado plantearse la posibilidad de que alguno de ellos pudiera haber sido una víctima.


(Rafael Sabugueiro se encontraba en la playa de As Sinas (Vilanova de Arousa), cuando escuchó la explosión. Subió a su vehículo, un Talbot 150, donde guardaba una cámara de vídeo marca Eume. Grabó el suceso durante seis minutos. De su documento gráfico fueron extraídas las fotografías que figuran en este reportaje, un trabajo realizado por su hijo, Rafa. A ambos expreso mi agradecimiento).

 Fecha de elaboración de este reportaje, diciembre del año 2012

 


la sombra de los días
4/08/2021
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