Y así durante varios años.
Que el océano Atlántico estaba siendo utilizado
como un cementerio por varias empresas europeas que depositaban en él
sus residuos radioactivos era un secreto a voces a principios de la
década de los ochenta del siglo pasado.
La organización ecologista Greenpeace había
denunciado que la Fosa Atlántica, un espacio de 2.500 kilómetros
cuadrados y 4.700 metros de profundidad, situado a 370 millas
náuticas) 700 kilómetros, aproximadamente) del litoral gallego, era el vertedero de
ocho países.
En una sociedad que daba sus primeros pasos por
una todavía tambaleante democracia, en la que a conciencia ecológica
era muy incipiente, un grupo de gallegos decidió que aquello
tenía que acabarse, y nada mejor que respaldar su denuncia con
pruebas documentales.
Tenía que entrar por los ojos.
Fue así como Esquerda Galega (EG) se puso en
contacto con Greenpeace para organizar una
expedición conjunta a la búsqueda de los barcos que estaban
convirtiendo el mar en un inmenso basurero. Era el año 1981.
«Propuxémosllo a varios concellos da costa e
non tivemos éxito, así que buscamos a maneira de facelo e
atopamos receptividade na Confraría de Ribeira. Alí ofreceuse para ir
Ángel Vila, patrón e propietario do ‘Xurelo’, un palangreiro
de madeira», recuerda Manuel Anxo Méndez, uno de los
participantes en la expedición y teniente de alcalde de EG entonces
en Moaña.
La estrategia ya estaba decidida: el ‘Xurelo’ partiría del puerto de Ribeira (A Coruña) y el ‘Sirius’, de Greenpeace, zarparía desde el de Plymouth (Inglaterra), para encontrarse ambos en la Fosa Atlántica.
Con Ángel Vila y tres de sus marineros al frente,
la tripulación estaba formada por doce jóvenes entre los que también
figuraban los tenientes de alcalde de EG en A Coruña y Vigo, Gonzalo
Vázquez y Francisco García, respectivamente; Enrique Álvarez, de la Sociedade Galega
de Historia Natural; Roxelio Pérez, del colectivo ecologista
Natureza, y varios periodistas. Entre ellos, se encontraban Manuel
Rivas y el fotógrafo coruñés Xosé Castro.
«Á tardiña do día 15 de setembro, case
clandestinamente, zarpamos », indica Méndez. «Tiñan moitas ganas de
saír e marchamos pola nosa conta», apunta Ángel Vila.
Castro, que se había acercado a Ribeira con la
intención de tomar unas fotografías de la salida, también subió al
barco, «con lo puesto», puntualiza.
Era tal el entusiasmo, que no se echaron a atrás
a pesar de que momentos antes recibieron la noticia de que el
‘Sirius’ había sufrido una avería y no podría apoyar al ‘Xurelo’.
«La única esperanza sois vosotros», decía el mensaje
que les transmitió Remí Parmentier, de Greenpeace.
En este punto conviene recapitular. El ‘Xurelo’
era un barco con 20 metros de eslora y 69 toneladas de registro bruto,
utilizado para la pesca de la merluza, que faenó en el banco de
Marruecos y en la costa gallega.
«Para andar por aquí, a 40 ou 50 millas
defendíase ben», apunta Vila. «Como vas ir?” preguntábanme no
porto”, recuerda con una sonrisa.
Era lógica la extrañeza de sus compañeros de profesión cuando supieron la que se estaba preparando. Se iban con doce tripulantes que no habían subido nunca a un barco. Les esperaban varios días de navegación en alta mar.
«Que movida, dicían cando o barco daba bandazos»,
comenta Ángel Vila.
El ambiente era de fiesta y las vomitonas se
sucedieron. «Fun o primeiro en marearme», desvela Méndez. Sólo se
libraron dos: Francisco García y una periodista de El Progreso de
Lugo.
La primera cena, preparada por Ciprián, el
cocinero, sardinas con cachelos, se fue por la borda.
Tras el cambio de planes, este episodio estuvo a
punto de frustrarse cuando el ayudante de Marina de Ribeira envió un
mensaje al ‘Xurelo’ conminándolo a regresar. Entonces, ya se
encontraba a 250 millas de Fisterra.
«A situación era moi tensa porque o patrón
podería ser sancionado gravemente», expone Méndez. «Os militares
aínda tiñan moito peso», agrega Vila.
Pero la repercusión mediática que había alcanzado
el episodio hizo que las autoridades se retractasen, advirtiéndole de
que, a la vuelta, estudiarían las posibles sanciones. «Xa que estamos
aquí, imos», resuelve el ribeirense.
«Hoxe, calquera mariñeiro vai, como suele decirse, cos ollos pechados», dice Ángel Vila. Pero hace 29 años los barcos no contaban con los equipos de orientación actuales. El ‘Xurelo’ disponía de un radar con alcance para 24 millas que estaba averiado y sólo cubría hasta 12, y unas cartas marinas con las coordenadas de la Fosa Atántica.
«O que máis valía era a experiencia do patrón»,
concluye Manuel Anxo Méndez. Vila puso rumbo al norte y enfiló hacia
la punta de Monte Louro (Muros) y Fisterra, para trazar una
diagonal desde este punto e internarse en el océano con la convicción
de que la Fosa estaría enfrente.
El viento estaba en calma y el barco mantuvo el rumbo
marcado, sin desviarse apenas del itinerario que, según las
estimaciones de Vila, los llevaría al destino.
Era de noche y habían transcurrido casi dos días
de navegación cuando despertaron al patrón para advertirle de que
habían divisado dos luces en el radar: eran los dos cargueros
holandeses en cuya búsqueda había salido.
Se pegaron a ellos, para seguirlos al
amanecer cuando reanudaron el viaje hacia la Fosa Atlántica. Entonces
descubrieron que estaban escoltados por una fragata de la Marina
holandesa, una circunstancia nada extraña porque la acción,
prevista inicialmente entre el ‘Xurelo’ y el ‘Sirius’, no era ningún
secreto.
«Puxémonos entre eles facéndolle fotos e gravando
en vídeos aquelas descargas de milleiros de barriles. A nosa
satisfacción era inmensa porque desde terra nos comentaban a enorme
repercusión que tiña a protesta», narra Manuel Ánxo Méndez.
Xosé Castro sacó sus cámaras, una Nikon F2 y una
Mamiya, equipadas con objetivos 100-300 milímetros, y comenzó a
disparar. Lo hizo durante una hora y tuvo tiempo de consumir ocho
carretes en unas condiciones que distaban mucho de ser las ideales.
Enfrente tenía los cargueros ‘Louise Smiths’ y ‘Kristen Smiths’, con 6.800 toneladas de residuos. «La fragata se nos puso a un lado y al otro teníamos a uno de los barcos. El nuestro, que era como un cascarón, parecía que iba a dar la vuelta», relata.
«No era muy recomendable estar allí», subraya el
fotógrafo. «Nos marchamos echando chispas », añade después de
precisar que podría haberse llegado a situar a unos 15 metros.
Aquellas fotografías que hizo un profesional, que
hoy que tiene 69 años, está jubilado y vive en A Coruña, fueron la
prueba evidente de que las denuncias que habían realizado los
ecologistas no estaban asentadas en una fantasía ni eran el fruto de
una mente calenturienta.
«Una bóla de neve que facía medrar a conciencia
ecoloxista en Galicia e no resto de España. Eran as primeiras imaxes
que se poderían ver en Europa», recalca Manuel Anxo Méndez.
Después, sembraron el mar de flores rojas a modo de ofrenda en un cementerio nuclear. Mostrando las pancartas, gritaron y cantaron el himno gallego. El barómetro indicaba que la presión comenzaba a bajar y podía acercarse una tormenta. Había llegado el momento de regresar. “O que tiñamos que facer xa o fixemos”, dice Ángel Vila.
Pusieron proa hacia Galicia, siguiendo el itinerario del viaje de ida, y cuando el litoral de Ribeira se divisaba en el horizonte, la tripulación se agolpaba en la cubierta. Estaban entusiasmados porque su aventura había trascendido a los principales medios de comunicación del mundo. Algo iba a cambiar ya.
Varias decenas de simpatizantes esperaban en Ribeira la
llegada del ‘Xurelo’. Pero se anticipó la Guarda Civil del mar, aguardaba a la entrada de la ría para identificarlos. «Escondí
los carretes en los calzoncillos», desvela Castro.
Dos años después, en 1983, la Organización
Marítima Internacional prohibía los enterramientos en el mar.
La acción del ‘Xurelo’ fue determinante para que varios países dejasen de usar la Fosa Atlántica como un vertedero, pero permanecen sumergidas 142.000 toneladas de residuos.
En un artículo titulado «Xurelo, o barco que cambiou os mares do mundo», el profesor y presidente de la asociación cultural Altofalante, de Ribeira, Luis Teira, subraya que su radiactividad supera el millón de curios, y el accidente de la central nuclear de Chérnobil liberó a la atmósfera cerca de 130.000.
Siguiendo las explicaciones del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN), el anterior presidente de la Xunta, Emilio Pérez Touriño, respondió que «los valores de radiación en el Atlántico son semejantes al resto de los mares». Pero el CSN solo realiza las mediciones en el litoral, sin revisar la intensidad en el punto donde se encuentran los bidones.
«A Fosa Atlántica debería ser obxecto de estudo por parte dos países que depositaron alí milleiros de toneladas de residuos radioactivos. O perigo de que aquela contaminación chegue a través da cadea alimentaria aos humanos é moi posible porque os bidóns están sometidos a unhas presións fortísimas», advierte Manuel Anxo Méndez.
Ángel Vila
Ángel Vila sigue
siendo casi un desconocido, excepto entre los pioneros del movimiento
ecologista en España. Con 69 años y más de una década jubilado, se
toma la vida con calma y resta importancia a lo acontecido.
Mientras Manuel Anxo Méndez recuerda que entonces Vila siempre hablaba de la necesidad de dejar un mundo mejor a los
hijos y los nietos, el expatrón exponía la semana pasada su
admiración «por aqueles chavales», que se atrevieron a subir al barco
y jugarse el tipo.
También recuerda con satisfacción como el juez, que le impuso una multa de 1.000 pesetas (seis euros) para cada tripulante que había viajado sin estar enrolado, le dijo que le estaba agradecido por lo que habían hecho y le aplicó la sanción mínima.
Meses antes de que se hubiesen internado en el
océano Atlántico para denunciar los vertidos, el teniente coronel
Antonio Tejero había protagonizado un intento de golpe de Estado.
El ‘Xurelo’ fue desguazado en el año 2002. «Como nós, un día tamén teremos que pasar o outro lado», comenta Vila.
«Eran tempos difíciles»,
reconoce mientras apura un descafeinado en una
cafetería situada en la calle General Franco
de Ribeira.
(Este reportaje fue
publicado el día 28 de febrero del año 2010)
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