Los lagrimones se estiran siguiendo surcos caprichosos sobre la vidriera, mientras una violinista ciega envuelve el atardecer con melodías lánguidas de países misteriosos y lejanos. Regresó la lluvia para fecundar la imaginación y es posible salir al encuentro de una muchacha de ojos negros y piel esmaltada por el agua para caminar hacia la primavera. 

Estallan otra vez todos los truenos que viajaban a través de las entrañas de la tierra siguiendo su peregrinar alrededor del sol y brotan las fuentes para saciar La sed de los humanos, con sus frustraciones, sus devaneos trágicos con el más allá y su miedo a saberse solos, que los empuja a inventarse dioses.

El cielo cambia de color antes de apagarse y se eleva del suelo un olor, como si el planeta estuviese fermentando en su interior. Este tiempo tiene algo de adolescente turbador. Los pájaros cruzan resueltos, ligeros y ágiles. Da pena verlos así, empapados y asustados, pero ellos pasan y la compasión es para los que se quedan. Solo a los viajeros les resultan bellas las estaciones. Los otros ven pasar la vida y cubrirse de polvo los alerones de los kioskos y los letreros luminosos de los bares. 

La violinista guarda su instrumento en un maletín y ser va de la mano de un navegante solitario con acento portugués para ascender juntos a la brida de las olas. Hay un marinero varado en un rincón de la taberna que mira con ojos apagados como parpadean los faros en el horizonte. Terranova está muy lejos. Ya agotó sus fuerzas y se mar se convirtió en un monstruo que ruge. En otro tiempo, se levantaban para dejarle paso.

Ahora está asustado, le tiemblan las manos y quiere convertir la lluvia en un caballo para internarse en paisajes lunares cuyas fronteras se retuercen y difuminan a medida que vacía la botella de ginebra.

chispa negra
2/14/2021
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