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El río Paiva brota en la Serra de Leomil, en un lugar de Moimenta da Beira llamado Pêra Vieja, y desemboca en el Duero, a la altura de Castelo de Paiva, dejando una estela de 112 kilómetros de longitud. Un tramo de su itinerario, el comprendido entre la playa de Areinho y Espiunca, en el municipio de Arouca, discurre entre las escarpadas paredes de un paraje por el que transitan miles excursionistas pisando madera mientras escuchan el sonido del agua.
Para hacer posible esta
relajante y deliciosa experiencia -incluso en los días de calor sofocante, como
el elegido por el viajero que narra su paseo- fueron construidos los Passadiços
do Paiva en el margen izquierdo del cauce, a los que accede en una luminosa
mañana de verano.
Le espera un recorrido de 8,7 kilómetros que comienza en Areinho. Una serpenteante pista forestal lo conduce hacia una carretera, y después de cruzarla deja atrás los vehículos y el ruido que provocan y se encuentra ante una prolongada sucesión de escalones. Un monumento de madera similar a una pagoda china,
Durmió bien en Alvarenga y afronta una ascensión de doscientos peldaños con sus fuerzas intactas y agua en la mochila. Valió la pena el esfuerzo porque el premio es una panorámica de la garganta por la que ha ido abriendo paso el agua en la montaña a lo largo de millones de años, y la vista cenital de una serpenteante y colosal escalera por la que comienza un demorado descenso para observar un paisaje que adquiere matices diferenciados desde distintas perspectivas, realzado por el silencio.
El tacto de la madera evoca
una sensación acogedora. El canto del agua es ahora más intenso y resulta
especialmente atractiva la imagen de Gola do Salto, una brecha de cuatro metros
en el lecho fluvial provocada por la conjunción de dos fallas geológicas, un
lugar al que acuden aquellos que practican deportes de aventura durante los
meses de invierno, cuando el caudal se multiplica y el aspecto del río es bien
diferente al que observa el día 27 de julio del año 2016.
Ya en el curso inferior, la velocidad
del agua y su gran capacidad de erosión hizo posible la construcción de
impresionantes y sorprendentes calderas gigantes. El viajero observa los
meandros y las cascadas entre desfiladeros, cuya altura se aproxima a
doscientos metros, cuando se le cruzan dos imágenes.
Una es la del Centro de Interpretaçao de Canelas, un pequeño museo sobre la cantera de la pizarra que permite realizar un viaje a través de la historia de millones de años. La otra es el Monasterio de Arouca, bajo cuyo techo convivieron monjes y monjas allá por el siglo X, y que fue donado por el rey Sancho I a su hija Mafalda, cuyo matrimonio con Enrique I anuló el papa Inocencio III, justificando la medida por el parentesco que había entre ambos consortes. Hoy es un museo de arte sacro.
En estos pensamientos anda enredado el caminante cuando se encuentra a mitad del trayecto, donde está situada la Praia de Vau, un lugar en el que algunos excursionistas hacen un alto para alimentarse, darse un chapuzón y reponer fuerzas, además de resguardarse a la fresca sombra de la vegetación, porque el sol aprieta.
La proximidad del monte es un atractivo y también es un peligro, porque los incendios forestales afectaron a varios tramos de las pasarelas. En el camino sorprenden las cataratas de Aguieiras, un salto de unos ciento sesenta metros de altura. Procede del arroyo del mismo nombre que se desliza verticalmente por una pared de granito y su itinerario está salpicado de pequeñas piscinas naturales.
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