De La Habana a Portobelo, de Jamaica Trinidad, anda y anda en barco de Nicolás Guillén surcando el Mar de las Antillas con una negra en la popa y un español al timón. Otro barco, barquito de papel, avanza ligero por el canal convertido en un río hacia el Mar Mediterráneo. Lo aventa la imaginación de Juanito, El noi del Poble Sec, hijo de Angels y Josep, de profesión cantautor. El que cruzó el Atlántico para esparcir los versos de Antonio Machado y Miguel Hernández por Chile y Argentina. Eran cien y solo quedan treinta y tres de aquella tripulación de hombres rudos y masculinos como el viento que no sabían nadar y zozobraron en mitad de la ensenada, como queriendo esperar. Aquellos marinos, aquellos borrachos vascos de Patxi Andión. 
Durante una noche calurosa en Lapaviés, alguien contó junto a la boca del metro que el barco de Novalis estaba echando raíces en el mar, cansado de ir de puerto en puerto sin encontrar acomodo en ninguno. En una taberna de Corrubedo, un viejo marinero que se había quedado sin ginebra y sin compañeros trazó la minuciosa radiografía de la tragedia: punto por punto, muerto a muerto. Uno a uno, levantó acta de los naufragios acaecidos en un mar que llegaba hasta su puerta y ahora le resulta tan extraño y lejano. Cae la tarde y regresa el Nauja, el velero con el que no pudo Adolf Hitler, el que transportó penicilina de Dinamarca a Groenlandia. Desde Sálvora, otra Ítaca, retorna lentamente, repleto de aventuras y conocimientos. Como aconsejaba Konstantin Kavafis.

(Fotos, Loli Quinteiro)



chispa negra
1/25/2021
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