En la ciudad de Mylio

 





Mylio saca la mano derecha del bolsillo, da un pequeño salto desde el muro en el que está sentado y echa andar. Tiene una cita en la Plaza Tsentalen, así que enfila por Alexander I para continuar después por Rayko Daskalov. Son dos calles peatonales en las que se suceden elegantes edificios en cuyos bajos están instalados establecimientos comerciales, cafeterías, restaurantes y alguna galería de arte.

La distancia que lo separa del punto de encuentro es inferior a dos kilómetros y de un perfil prácticamente llano. Veinte minutos sería un margen de tiempo más que suficiente para cualquier viandante, pero Mylio no lo es. Sus vecinos lo paran una y otra vez para hacerlo partícipe de sus confidencias o expresarle algún deseo. Él escucha a todos con paciencia y a todos despide con una sonrisa.

Estaban advertidos los viajeros de la pronunciada sociabilidad de quien solicitaron sus servicios para conocer Plovdiv. El mejor guía de la ciudad tiene fama de cotillero, siempre cumple sus promesas pero no vive esclavizado por el reloj, lo que quiere decir que se retrasa.

Ellos tampoco pierden el tiempo y observan a un grupo de obreros mientras repasan las juntas de los adoquines recién asentados en una explanada situada frente a un mastodóntico edificio que alberga las oficinas de correos y telégrafos, en sus plantas superiores, y un bingo en el bajo, cuyo colorista letrero de neón contrasta con el tono monocorde de la fachada.

Colindante con este inmueble, de planta rectangular y estilo genuinamente soviético, se encuentran unas ruinas en las que tres gatos juegan al sol de una mañana de septiembre del año 2018 bajo la atenta mirada de su madre. Estaban absortos ante este panorama cuando llega Mylio. Levanta la boina, se presenta, pregunta los nombres de quienes van a convertirse en sus acompañantes, sonríe y empieza el paseo.

Foro

Estamos en el Foro Romano de la antigua Philipopolis, un enclave situado en un cruce de caminos entre Oriente y Occidente al que puso nombre Filipo II, el padre de Alejandro Magno, del que existen referencias desde hace más de seis mil años; una ciudad que conquistaron los tracios, la convirtieron en su capital y le llamaron Pulpudeva, para denominarse después Trimontim (Ciudad de los Tres Montes), cuando Roma extendió su imperio por Europa.

Mientras unos gatos siguen tumbados al sol y otros corretean entre bloques de mármol y columnas de estilo corintio, Mylio explica que con sus medidas (cien por ciento doce metros de lado) era el mayor complejo de estas características de la época, y agrega que las excavaciones se encuentran en su fase preliminar y su recuperación está a la espera de inversiones que la haga posible.

Y basta con cruzar el amplio paseo para encontrarse con el Odeón, en la equina noroeste del Foro, con el que estuvo conectado a través de un túnel y permaneció oculto bajo la tierra hasta 1988, año en el que fue descubierto.

Desde entonces es posible contemplar un edificio que albergó la casa del consejo de ancianos, un teatro, la zona reservada a la orquesta, un graderío con capacidad para más de trecientos espectadores, espacios abovedados y el suelo de grandes losas de mármol. Los trabajos de construcción comenzaron con el emperador Adriano, comenta Mylio, antes de resaltar que el Foro y el Odeón hablan de la importancia de esta ciudad como centro cultural y político.

Odeón

Nos dirigimos al Estadio, en la Plaza Dzhumaya, lugar hacia el que avanzamos lentamente y haciendo paradas constantes porque nuestro guía es requerido una y otra vez por sus vecinos. Expresivo y pícaro, tiempo atrás se ganó la vida haciendo mimo y tiene fama de conquistador.

Ahora es necesario recurrir a la imaginación porque el proyecto que hizo posible poner a la vista el Antiguo Stadium de Philippopolis, en el año 2012, sacó a la luz un mínimo fragmento del graderío. Si fuese posible su reconstrucción competa, tendría doscientos cuarenta metros de largo y cincuenta de ancho, aproximadamente, con capacidad para treinta mil espectadores. Mylio señala que data del siglo II, de la etapa del principado de Marco Aurelio.

Sobre lo que un día fue el escenario de los Juegos Alejandrinos están asentados varios edificios de corte moderno y funcional que contrastan con la aguja de la Mezquita Dzhumaya (Hüdavensigâr Camii), levantada en el siglo XV cuando el Imperio Otomano se encontraba en su esplendor, se extendía por los Balcanes, acababa de conquistar Constantinopla y se preparaba para expandirse por Asia y el norte de África.

Su peculiaridad reside en que cuenta con nueve cúpulas recubiertas con láminas de plomo. Los tonos claros (azul y blanco en este caso) caracterizan su interior, donde cuatro pilares rodean una fuente. Las paredes están decoradas con motivos florales y medallones con inscripciones del Corán. Otro rasgo que la hace diferente es que el bajo está ocupado por una cafetería cuyas sombrillas patrocina una fábrica de cervezas.

Estadio con la Mezquita Dzhumaya al fondo

Doce siglos habían transcurrido desde que la decadencia de Roma se convirtió en el anticipo de la liquidación de su inmenso poderío. Hoy, los símbolos de lo que fueron dos potencias imperiales comparten un entorno fronterizo con el barrio judío.

La huella de Roma es una constante: el Centro Cultural Trakart muestra una exposición permanente de mosaicos de una domus, conocida como Eirene, en el Parque Arqueológico Subterráneo, y una suave pendiente caracteriza el trazado de la calle desde la Plaza Dzhumaya, hileras de árboles flanquean sus márgenes y varias decenas de artesanos ofrecen alfombras, bolsos, bufandas, gorros, calcetines, cuadros, carteras, cintos, ropa, cerámica y una amplia variedad de utensilios de madera.

Giramos hacia la derecha para internarnos por calles estrechas y adoquinadas. Las casas son de reducidas dimensiones y colores vivos. En sus bajos se suceden terrazas acogedoras, restaurantes, bares y arte urbano. Suena la música. Kapana es su nombre. El Barrio de la Trampa lo llaman por su trazado laberíntico. La toponimia es la mejor pista para hacerse una idea de su pasado: Kozhuharska es el nombre que identifica la de los curtidores, mientras que los orfebres moldeaban el oro en la calle Zlatrska.

Mylio explica que este barrio, olvidado y degradado durante la etapa en que Bulgaria estuvo bajo la bota de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), es hoy la referencia de los jóvenes y los bohemios. Un barrio hipster, dice, en el que es habitual escuchar conversaciones en varios idiomas. Y, tal como habíamos acordado, en este lugar finaliza el recorrido en su compañía. El sol está en lo alto y aprieta el calor. Mylio retorna al centro Plovdiv. Nosotros cruzamos una autovía por un paso inferior y nos disponemos a ascender a la Ciudad Vieja.

Teatro

Con la urbe extendida al fondo y las Montañas Ródope enfrente, trazando la línea divisoria con Grecia, accedemos al Teatro Antiguo. El graderío de mármol tienen capacidad para cinco mil espectadores, cuenta con catorce filas de asientos y unas escaleras descienden hacia el escenario, que dispone de dos plantas. Llaman la atención las elegantes estatuas y la caligrafía de las inscripciones. El monumento que visitamos es el resultado de un laborioso proceso de restauración al que fue sometido después de que un terremoto lo hubiese demolido a finales del siglo IV.

Las excavaciones que hicieron posible su recuperación fueron llevadas a cabo entre los años 1968 y 1979 y como sucedió cuando fue construido, durante la época del emperador Trajano, sigue siendo el escenario de representaciones teatrales y conciertos. Vamos de un lado para otro mientras grupo de trabajadores instala las torres de iluminación y sonido.

Esta noche actúa Lili Ivanova, una representante de la música popular de este país que también cantó en hebreo y español y obtuvo notables éxitos en la URSS. Cuenta con una larga lista de reconocimientos, está considerada una leyenda del pop búlgaro, y se subió al escenario con setenta y nueve años.

Un salto en el tiempo nos permite viajar desde la época de los tracios y los romanos hasta la recta final del siglo XVIII. Desde entonces y hasta la década de los ochenta del siglo XIX se prolonga una boyante etapa económica y social, conocida como el Renacimiento Nacional. Es en este tiempo y en este contexto –todavía durante el dominio otomano- cuando comienza la reivindicación de la independencia política y religiosa y se multiplican las manifestaciones artísticas y musicales.

La Ciudad Vieja es su exponente más significativo. Sobre un terreno caracterizado por su pendiente fueron construidas casas de dimensiones reducidas, asimétricas, irregulares y adaptadas a los desniveles, inspiradas en un estilo que había tenido su origen en pueblos de la montaña de los Balcanes, como Koprivshitista.

La Puerta de la Fortaleza

Más tarde eligieron este lugar los mercaderes que hicieron fortuna aprovechando la situación estratégica de las rutas europeas que cruzaban este país y cuya actividad fue el germen del nacimiento de una clase media. Varios centenares de grandes y coloridas mansiones, azules, celestes y ocres, hablan de aquellos tiempos. Cada planta sobresale con respecto a la inferior, todas están apuntaladas con vigas de madera, disponen de galerías y contraventanas y están profusamente decoradas con detalles de madera y frescos.

El adoquinado está deteriorado en algunas calles, en las que abren sus puertas tiendas en las que venden todo tipo de detalles destinados a mantener presente en la memoria el recuerdo del paso por este emblemático lugar, incluidos gorros, uniformes, condecoraciones, insignias, matrículas de vehículos y demás restos de la quincalla soviética.

Bajo tres ventanas de una fachada de color salmón, dos placas recuerdan la estancia de Alphonse Lamartine en un inmueble convertido en la Casa de los Escritores. El poeta y político francés hizo un alto en este lugar en el mes de julio del año 1833, a su regreso de un largo periplo en el que se documentó para escribir su Viaje a Oriente.

“Con otra Europa, tengo la sensación de que las puertas del próximo siglo se abrirán en un aire de libertad que pasará por las puertas, por las ventanas”, figura en la placa que fue descubierta con motivo de la visita del presidente de la República, Françoise Mitterrand, en enero de 1989.


Los santos Constantino y Elena presiden una iglesia construida en el año 337 sobre las ruinas de una antigua fortaleza, que después fue un templo pagano dedicado a otros dos santos Severiano y Menos, cuyas cabezas acabaron en el caldero, y como sucede con tantos templos, el dedicado a san Dimitri fue demolido y reconstruido de nuevo varias veces. Abundan los iconos en unos interiores en los que predominan los colores azul y amarillo.

Entre acacias, moreras e higueras, los viajeros caminan hacia la Puerta de la Fortaleza (Hisar Kapia, su nombre en turco) de la que parte la calle Tsanko Lavrenov hacia el exterior de una metropoli que estuvo fortificada por una muralla de dos mil seiscientos treinta metros de perímetro y destruyeron parcialmente los godos. 

Y así, caminando, observan una deslumbrante fachada simétrica, ondulada y de tonalidades de oro viejo. La casa fue construida en 1847 por un comerciante de origen griego, Argir Hristov Kuyumdzhioglu. Tiene dos pisos en su lado oeste y cuatro en el este, aprovechando el desnivel. 

La Casa Kuyumdzhioglu se encuentra cerca de la Puerta de la Fortaleza y se extiende sobre 570 metros cuadrados (jardines incluidos). Cuenta con doce habitaciones y amplios salones. Tanto la decoración interior como exterior se basan en delicados motivos florales. El techo de cada estancia es de madera tallada. 

Después de la liberación de Bulgaria de la dominación otomana, en 1878, Argir Kuyumdzhioglu dejó Plovdiv para establecerse en Constantinopla, y fue utilizada como casa de huéspedes y fábrica de sombreros y vinagre, antes de que otro comerciante griego, Antonio Colaro, la adquiriese en 1930. No pudo demolerla para construir un almacén de tabaco porque se lo prohibió el municipio, que la adquirió en 1938. 

Museo Regional de Plovdiv

Hoy es el Museo Regional de Plovdiv. En la exposición permanente tienen cabida la agricultura, la ganadería y la artesanía tradicional (tejidos y cuerdas de lana, cerámica, cobre y hierro). También cuenta con un taller de oro y una colección de joyas, al igual que trajes tradicionales, telas, alfombras, instrumentos musicales y objetos ceremoniales.
Pinturas, iconos, estatuas, tallas, fotografías y esculturas completan la muestra. 

Son otras las tonalidades y los acentos, pero de allí salimos con una sensación que desde hace años está sedimentada en nuestra memoria: aquella que nos hizo saber, a quienes procedemos de lugares en los que la agricultura y la ganadería eran los medios de vida de la mayor parte del vecindario, que las diferencias son cuestión de matices, de colores y de idiomas, que en ciertos momentos era imprescindible el trabajo colectivo y que los meteoros tenían siempre la última palabra. 

Y deambulando por un núcleo esparcido en tres colinas (Nebet, Taksim y Dzhambaz) llegamos a Lisboa. Ante nuestros ojos se encuentra la Torre de Bélem, una fortaleza que despunta en el puerto desde el que partieron los exploradores portugueses para abrir una nueva ruta comercial con China e India. 

La imagen se encuentra en una hornacina situada en el salón principal de una vivienda oculta tras unas altas tapias. Es la casa de Stefan Hindlijan, un armenio en cuya vivienda pueden verse monumentos representativos de aquellas ciudades con las que comerció. Sobre el celeste de la pared exterior están trazados frisos de color blanco. Los techos de madera de sus luminosas estancias están labrados y de sus paredes cuelgan pinturas murales. Su delicado y elegante mobiliario y sus baños son la pista inequívoca del estilo de vida de sus propietarios. 

En el salón principal se reunía Stefan Hindljian con los navegantes que transportaban el clavo, la canela, la nuez moscada o el pimentón a los mercados europeos siguiendo una ruta que se internaba en Bulgaria a través del Mar Negro desde Turquía. Después de compartir una compota de agua de ciruelas y una infusión de hierbas aromáticas, como bienvenida, se retiraban a una habitación a negociar mientras sus esposas departían en el salón. 

Salón de la casa de Stefan Hindljian con la hornacina de la Torre de Belém

Esta construcción fue la primera de la ciudad que dispuso de agua caliente, está consideraba una de las más bellas de Plovdiv, pero no por eso es la más valiosa. Compartiendo la misma parcela se encuentra otra que resulta escasamente llamativa: se trata de un almacén cuyas condiciones de humedad, temperatura y luminosidad eran las adecuadas para que el ambicionado tesoro procedente del lejano Oriente mantuviese intactas sus características. Pero también fue un refugio. 

Esta mansión se convirtió en el hogar de dieciséis familias armenias que habían huido de su país, asolado por el holocausto perpetrado por Turquía en 1915. Todo comenzó con el arresto de los más destacados miembros de esta comunidad, al que siguieron las deportaciones y la masacre. 

Y los viajeros, que dos años antes habían recorrido Armenia de norte a sur, evocan la visita al Memorial y al Museo del Genocidio, construidos en una colina de Ereván. 

“El calor del sol del desierto quemó sus cuerpos escasamente vestidos y sus pies desnudos, mientras caminaban por la arena caliente del desierto sufrieron tantas heridas que miles cayeron y murieron o fueron asesinados”, denunció en un informe el embajador de Estados Unidos en Turquía, Henry Morgenthau. “En un recoveco del río, cerca de Erzighan… los miles de cuerpos muertos crearon una barrera de tal magnitud que el Éufrates cambió su curso aproximadamente en cien yardas”, figura en el mismo documento. 



Mylio

Cae la tarde cuando retornan al centro, y de camino hacia Rayko Daskalov pasan por Alejandro I. Una mujer de melena rubia hace fotos a tres niños que posan frente a un letrero luminoso que da la bienvenida a Plovdiv. A su lado, sentado sobre un muro y con los pies colgando, Mylio sonríe con la mano izquierda en su oreja y la derecha en el bolsillo.


Nómadas
1/03/2021
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