Septiembre en Dilijan



Sobre la planicie árida y dorada planean los buitres y los gavilanes. Atrás quedó el imponente monasterio de Akhtala, que en el siglo X fue utilizado como fortaleza para proteger el noroeste de Armenia. Un conjunto de frescos llaman la atención en su iglesia principal. Los murales son una muestra del arte bizantino y predomina el color azul. La mayoría contienen oraciones en griego. Una segunda vivienda y un edificio, que pudo haber sido usado por los guardias, completan el conjunto, surcado por túneles subterráneos, criptas, aljibes y bodegas donde guardaban el vino. Y el de Haghpat, que domina el río que atraviesa la región de Lori, el Debed. 

 Fue construido en un terreno resguardado por una ladera que lo protegía de las agresiones y lo ocultaba de la mirada de los curiosos. Se encuentra en un promontorio verde, rodeado de un circo montañoso. Las piedras centrales y rectangulares de una de sus estancias sirven de acceso a una cámara subterránea en la que los monjes ocultaban los libros y las enciclopedias para dejar a salvo el conocimiento de un centro de estudios desde el que se expandía el conocimiento. Entre los años 967 y 991 construyeron la iglesia principal. Su cúpula central está asentada sobre cuatro robustos pilares de los muros exteriores. 


Un corpulento sacerdote ortodoxo canta con voz grave en el centro de la vacía basílica de Odzun. En el suelo, y apoyados en las columnas, se amontonan los ornamentos de las paredes que se vinieron abajo. Una mujer vende almanaques en la entrada, mientras en el exterior un grupo de obreros reparan la fachada de un templo construido hace catorce siglos. 

Cerca de la frontera con Georgia el rumbo del viaje cambia del Norte al Este, y enfilamos en dirección a Azerbaiyán. Y después hacia el Sur. El itinerario zigzaguea ahora anudado al curso del río Aghtsev y los parajes llanos, abiertos y vacíos, dejan paso a un territorio que parece haber surgido de improviso en el que se impone el color verde. Estamos en la región de Tavsh, a tres mil metros de altitud, con sus pendientes rocosas y sus desfiladeros. 

Cae la tarde cuando llegamos a Dilijan. La ciudad está diseminada entre las montañas. Hay casas ocultas por la frondosa vegetación, en medio de pequeños bosques, y otras en pendientes que desembocan en el río. La calle Kalinin, con una cierta traza urbana, se convierte en la empinada la calle Miasnikyan, que serpentea en la espesura de la montaña y conduce hasta un barrio caracterizado por sus viviendas de madera con sus techos puntiagudos y sus ornamentados balcones. De las entrañas de la tierra brota el agua mineromedicinal, su aprovechamiento dio lugar a la construcción de un conjunto de balnearios, y la presencia de viajeros explica que en los bajos se sucedan los talleres de artesanía.

Hayas, arces, tilos, pinos. Dilijan se encuentra en un parque del mismo nombre que comparten osos, rebecos, liebres, zorros, gatos monteses, jabalíes, linces y ardillas. El otoño llama a la puerta y la vegetación adquiere tonos ocres y amarillos, rojizos y pardos. “Jan, Jan”, gritaron los padres de un niño perdido en la espesura arbórea, pero su llamada no tuvo respuesta y cayó la noche. Con las luces del alba, encontraron su cadáver “dili, dili” (querido, querido) exclamó su madre con el cuerpo frío del pequeño entre sus brazos. Así explican el origen del nombre de un pueblo que parece haber sido extraído de un valle de Suiza. 

Agua y madera. Dilijan silenciosa envuelta en penumbra. Amen y Amalia preparan Tolmá: pimientos verdes y hojas de parra rellenos de carne de ternera y cerdo, berenjena, tomate, cebolla y arroz, condimentados con cilantro y eneldo. La cerveza es de producción local. Cuando llegan los postres hay tarta. En compañía de los dueños de la casa y de su familia, Loli Quinteiro, Sara Salgado, Lusine Ghazaryan y Martín Karapetyan celebramos dos cumpleaños; el de Evelyn, una guía turística con la que nos encontramos en nuestro recorrido, y el de quien escribe esta crónica. Brindamos con vodka y licor de frambuesa caseros. 

Dilijan, destino de escritores represaliados por los zares de Rusia y por Iósif Stalin cuando este país se convirtió en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Distintos envoltorios y el mismo régimen: el del terror. Queriendo aislarlos del resto del mundo, los deportaron a uno de los rincones más hermosos del planeta. “Las bellas palabras” es la definición utilizada por un explorador parisino llamado Jean Chardin, que visitó Dilijan en el siglo XVII. 


Allí se encontraba el poeta Aleksandr Puskin cuando hizo un alto en esta ciudad la comitiva fúnebre que trasportaba el cadáver de un amigo suyo, el dramaturgo Aleksandr Gribodeyov, camino de Tiflis (Tbilisi actualmente). Procedía de Persia, donde ejercía como embajador y pagó con su vida haber dado cobijo a un armenio que estaba siendo perseguido. Así lo relata en su libro Viaje a Ezurum. Tuvo una muerte bella porque murió luchando por la libertad, sentenció el poeta. Armenia fue el destino forzoso de Ósip Mandelshtan, un poeta polaco y judío que lejos de resignarse, a su vuelta a la URSS escribió un epigrama contra Stalin que leyó ante nueve personas. 

Vivimos sin sentir el país a nuestros pies, 
nuestras palabras no se escuchan a diez pasos. 
La más breve de las pláticas 
gravita, quejosa, al montañés del Kremlin… 

Fue denunciado y deportado a Kolymá. Murió en un campo de tránsito cercano a Vladivostok. Dieciocho años después, fue rehabilitado a título póstumo. En este rincón del Cáucaso estuvo Vita Sackville West, la novia de Virginia Woolf, y dejó testimonio de su admiración en Pasajera en Teherán. Y también Vasili Grossman. Lo enviaron con la misión de que realizase un trabajo como traductor -mientras le impedían publicar Vida y destino, en la que denuncia los totalitarismos nazi y soviético durante la Segunda Guerra Mundial- y un reflejo de su estancia de dos meses es el libro de viajes Que el bien os acompañe. “La dulce ciudad de Dilijan”, la llamó. 


Además de componer y descansar durante sus vacaciones en este enclave, el pianista Dmitri Shostakovich ejerció como árbitro en improvisados partidos de fútbol. También el violonchelista Mstilav Rostropovich y el compositor y pianista Serguei Prokofiev eligieron Dilijan, al igual que la bailarina Maya Plisetskaya o el pintor Martiros Saryan. El día 7 de septiembre finalizó con fiesta y amanece soleado.
 







Una niña camina por la acera con los libros y libretas en la mochila y una trenza colgada sobre su espalda camino del colegio. En el paso de peatones, dos agentes uniformados dan paso a un grupo de estudiantes. La leña está apilada delante de las fachadas de las casas, hay que aprovisionarse para el largo y frío invierno.




Nómadas
12/02/2020
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