La luna de los pieles rojas

 

La luna de la tala de los árboles

La luna del frío intenso

La luna de las hojas muertas

La luna del crecimiento de los potros

La luna que hace aparecer la hierba roja

La luna de la estación cambiante

La luna del ciervo que sacude la tierra

La luna de las cerezas maduras

La luna de la nieve que irrumpe en los tipis

La luna del caballo, la luna de la hoja abundante

La luna de las ventiscas de la nieve

Su obsesión era la búsqueda de metales preciosos. En 1606 llegaron en una expedición financiada por la Compañía de Londres al Nuevo Mundo y fundaron Jamestown, en Florida. Nuestros antepasados les enseñaron a pescar, cazar y cultivar las tierras, pero a ellos solo les importaba lo que se ocultaba bajo el suelo.

Las tribus que habitaban el Este, hurones, iroqueses y mohicanos, dejaron de cultivar las tierras para convertirse en cazadores. Nutrias, castores o zorros quedaban atrapados en sus trampas y se convertían en prendas de piel que confeccionaban los colonos lejos de allí.

A esta actitud pacífica respondieron con la violencia, que sumada a enfermedades, desconocidas hasta entonces, diezmaron a nuestra gente.

Pero como la historia la escriben los vencedores, los rostros pálidos prefirieron ocultar este episodio y otorgar al centenar de anglicanos que descendieron del My Flowers el año 1620 en la bahía de Massachusetts el inicio de la conquista de unas tierras que nos habían pertenecido desde tiempos inmemoriales.

Miles de colonizadores irrumpieron en nuestros territorios apoyados por fuerzas armadas: los mohicanos y los delaware fueron deportados, los iroqueses tuvieron que ceder sus posesiones, al igual que los shwnee, después de haber sido derrotados en una guerra desigual: arcos y flechas contra la pólvora.

En tiempos de nuestros padres se oyó decir que llegaban los norteamericanos por el oeste, a través del gran río… Oímos hablar de pistolas, pólvora y plomo –armas de yesca y pedernal, primero, de fulminante luego; ahora rifles de repetición-. Vimos a los norteamericanos por primera vez en Cottonwood Wash. Habíamos guerreado contra los mejicanos y los pueblos. De los primeros capturamos muchas mulas, no les faltaban. Llegaron los norteamericanos para comerciar con nosotros. A su llegada celebramos una gran fiesta y ellos bailaron con nuestras mujeres. Nosotros comerciamos también. (Manuelito, de los navajos)

Más tarde fueron sometidos los kickapoos, los wyandot, los peoria, los winnebago, los sauk, los cherokees y los seminolas de Florida. Nos llamaban tribus degeneradas y fuimos expoliados y empujados hacia el Oeste a través del camino de lágrimas, que se convirtió en la tumba de miles de nuestros antepasados, a una reserva en Kansas, donde cada sublevación se convertía en una nueva matanza. Algunos pueblos huyeron a las montañas y a los pantanos.

La nación india desapareció de cualquier documento y con ello los consejos que defendían nuestros derechos. Los desorbitados impuestos que gravaron las tierras nos obligaron a malvenderlas, cuando no a cambiarlas por armas o bebidas. El sarampión, la tosferina, el alcoholismo y otras enfermedades también se convirtieron en armas de los colonizadores.

Durante el período comprendido entre 1860 y 1890, el hombre blanco destruyó nuestra cultura. La atracción por una tierra inmensa y rica en recursos fue el origen del éxodo de miles de cazadores, misioneros, soldados, buscadores de oro, vaqueros, presidiarios, colonos... Con el ejército de Estados Unidos abriéndole los caminos, se asentaron en unos territorios habitados ancestralmente por los pieles rojas, a los que arrinconaron en reservas, corrompieron y convirtieron en siervos.

Esta guerra no surgió de nuestra tierra, fue traída e infligida sobre nosotros por los hijos del gran padre, quienes llegaron para expoliarnos sin compensación y son los causantes de muchos males en nuestras tierras. El gran padre y sus hijos son culpables de cuanto sucede... Nuestro deseo no ha sido otro que vivir pacíficamente en nuestras tierras, desarrollar actividades que proporciona bienestar y tranquilidad a nuestro pueblo, pero el gran padre ha colmado nuestro país de soldados, quienes solo piensan en darnos muerte. (Cola Pintada, de los sioux brulés)

Lo que denominaban, eufemísticamente, ‘fronteras indias permanentes’ eran los límites que imponían bajo la amenaza de las armas, y transgredían a su antojo para desplazarlos a parajes cada vez más inhóspitos y exterminarlos paulatinamente. Sucedió en California. En 1848 descubrían el oro, y en unos meses eran millares los buscadores de fortuna que atravesaban su territorio a lo largo de las rutas de Oregón y Santa Fe.

Las caravanas de carromatos se sucedían. Para justificar la violación de los límites establecidos anteriormente a su antojo, el Gobierno de Washington aprobó el denominado ‘Destino manifiesto’, que no era otra cosa que un salvoconducto para todo aquel que deseara adueñarse de unas tierras que ya tenían dueño.

“El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino”. (John, L. O’Sullivan, Democratic Review, 1845)

Transcurridos dos años, ninguno de los mudocs, mojaves, piutes, shastas, yumas ni el centenar de pequeñas tribus asentadas a lo largo de la costa del Pacífico fueron consultadas, y California se convertía en el trigésimo quinto estado de la Unión. Kansas, Nebraska y Minesota, habitados por siux, dakotas, navajos, kiowas o comanches, correrían la misma suerte después.

Los ricos y hermosos valles de Wyoming están destinados a servir de alojamiento y manutención a la raza anglosajona. La riqueza, que desde los tiempos más remotos ha permanecido oculta debajo de la nieve que cubre las cimas más altas no ha sido puesta allí por la Providencia, sino para compensar a los espíritus bravos cuyo destino es formar la vanguardia de la civilización. Los indios deben hacerse a un lado; de lo contrario, serán arrollados por la inexorable y siempre creciente marea de la emigración. (Proclama Big Horn)

Se sucedieron las matanzas y las carnicerías. “Nadie recuerda a los chilulas, chimarikos, urebures, nipewais, alonas o centenares de tribus cuyos huesos han sido tapados por miles de kilómetros de carreteras, aparcamientos y edificios”. (Dee Brown, Enterrad mi corazón en Wounded Knee)

Jamás causamos daño al hombre blanco, no es nuestra intención… Deseamos ser amigos del hombre blanco… Los búfalos disminuyen alarmantemente. El antílope, abundante hace unos años, es cada vez más raro. Cuanto todo el ganado muera, nosotros moriremos de hambre; queremos comer algo y nos veremos obligados a acudir al fuerte. Vuestros jóvenes no deben disparar contra nosotros; siempre que nos ven hacen fuego y nos obligan a responder para defendernos. (Toro Alto)

“Los indios californianos eran dóciles y apacibles como el cima en el que vivían (…) La organización tribal era poco menos que inexistente (…); cada poblado poseía sus cabecillas, pero no había grandes jefes entre aquellos fervientes pacifistas. Tras el descubrimiento del oro, en 1848, hombres blancos de todas las nacionalidades llegaron (…), tomaron cuanto les apeteció de aquellos sumisos indios, que se vieron más rebajados y corrompidos aún de lo que lo lograran los españoles”, describe Dee Brown.

Aún no había triunfado la Revolución Bolchevique y Rusia no se había convertido en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, pero William Vickers, un visionario editor político de Denver, llegó a calificar de “real y, prácticamente, comunistas” a los utes que vivían en las Montañas Rocosas. “El Gobierno debería sentirse avergonzado de alojar y animar a este tipo de gente, todos perezosos y derrochadores”, arengaba desde las páginas del periódico Greeley Tribune de Colorado. Salpicando de infundios sus crónicas, instaba a que “barrieran el demonio rojo”.


Su proposición era la misma que fue puesta en práctica con todas las tribus: “Mi opinión es que, a menos de que sean alejados por el Gobierno, deben ser necesariamente exterminados”. Las matanzas, el veneno del güisqui y los interminables desplazamientos hacia tierras pobres y remotas las diezmaron. Así se forjó la leyenda del Salvaje Oeste.

No supe entonces cuánto se había perdido. Cuando miro hacia atrás desde las alturas de mi senectud, vienen a mí imágenes de las mujeres y niños asesinados, amontonados y dispersos por la quebrada. La escena horripilante se me ofrece tan vívida como si la estuviera reviviendo. Y me doy cuenta de que algo más murió en aquel barro sangriento, fue enterrado luego por la tormenta. Allí dio fin el sueño de un pueblo. Era un hermoso sueño… Se ha roto el collar de la nación y las cuentas se han perdido por los suelos. No queda ya simiente alguna y el árbol sagrado se ha muerto. (Alce Negro, de los sioux ogalala)

Hombre Temeroso, Pata de Pavo, Conejo Dormilón, Alto Espinazo, Caballo Loco, Diente de Oso, Toro Alto, Cazo Negro, Nariz Aguileña, Caballo Blanco, Barba Gris, Oso, Toro, Diez Osos, Ternero de Piedra, Oso Enorme, Perro Humilde, Lluvia en la Cara, Cerdo Salvaje, Toro Sentado, Gran Serpiente, Oso Coceante, Halcón Alto, Oso Cuerno Hueco, Nube Roja, Cola Pintada, Alce Erguido, Posado en una Nube, Doble Luna, Vientre de Lobo…



Golpean al lobo hasta que muerde para poder decir que es malo.

La luna de la hierba verde

La luna de la puesta de los gansos

La luna del maíz sedoso

La luna de hacer grasas

La luna de la maduración de las bayas ásperas

La luna del celo del ciervo

La luna precursora del tiempo caliente

La luna del celo del ciervo

La luna de los brotes

La luna de las jaurías de lobos

La luna de las patas que se ocultan

(Antes de juzgar a alguien, camina tres lunas con sus mocasines).

Y el lobo aúlla a la luna de los pieles rojas.





(Las imágenes fueron cedidas por el fotógrafo Peto Leal, de Vilagarcía de Arousa, a quien agradezco su valiosa aportación a este trabajo.)
(Las declaraciones de Alce Negro, Toro Alto, Cola Pintada y Manuelito figuran en el libro Enterrad mi corazón en Wounded Knee, de Dee Brown.)  





la sombra de los días
12/28/2020
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