La
luna del frío intenso
La
luna de las hojas muertas
La
luna del crecimiento de los potros
La
luna que hace aparecer la hierba roja
La
luna de la estación cambiante
La
luna del ciervo que sacude la tierra
La
luna de las cerezas maduras
La
luna de la nieve que irrumpe en los tipis
La
luna del caballo, la luna de la hoja abundante
La
luna de las ventiscas de la nieve
Las tribus que habitaban el Este, hurones, iroqueses y mohicanos,
dejaron de cultivar las tierras para convertirse en cazadores. Nutrias,
castores o zorros quedaban atrapados en sus trampas y se convertían en prendas
de piel que confeccionaban los colonos lejos de allí.
A esta actitud pacífica respondieron con la violencia, que sumada a enfermedades, desconocidas hasta entonces, diezmaron a nuestra gente.
Pero como la historia la escriben los vencedores, los
rostros pálidos prefirieron ocultar este episodio y otorgar al centenar de
anglicanos que descendieron del My
Flowers el año 1620 en la bahía de Massachusetts el inicio de la conquista
de unas tierras que nos habían pertenecido desde tiempos inmemoriales.
Miles de colonizadores irrumpieron en nuestros territorios
apoyados por fuerzas armadas: los mohicanos y los delaware fueron deportados,
los iroqueses tuvieron que ceder sus posesiones, al igual que los shwnee,
después de haber sido derrotados en una guerra desigual: arcos y flechas contra
la pólvora.
En tiempos de nuestros
padres se oyó decir que llegaban los norteamericanos por el oeste, a través del
gran río… Oímos hablar de pistolas, pólvora y plomo –armas de yesca y pedernal,
primero, de fulminante luego; ahora rifles de repetición-. Vimos a los
norteamericanos por primera vez en Cottonwood Wash. Habíamos guerreado contra los
mejicanos y los pueblos. De los primeros capturamos muchas mulas, no les
faltaban. Llegaron los norteamericanos para comerciar con nosotros. A su llegada
celebramos una gran fiesta y ellos bailaron con nuestras mujeres. Nosotros
comerciamos también.
(Manuelito, de los navajos)
Más tarde fueron sometidos los kickapoos, los wyandot, los
peoria, los winnebago, los sauk, los cherokees y los seminolas de Florida. Nos
llamaban tribus degeneradas y fuimos expoliados y empujados hacia el Oeste a
través del camino de lágrimas, que se convirtió en la tumba de miles de
nuestros antepasados, a una reserva en Kansas, donde cada sublevación se
convertía en una nueva matanza. Algunos pueblos huyeron a las montañas y a los
pantanos.
La nación india desapareció de cualquier documento y con
ello los consejos que defendían nuestros derechos. Los desorbitados impuestos
que gravaron las tierras nos obligaron a malvenderlas, cuando no a cambiarlas
por armas o bebidas. El sarampión, la tosferina, el alcoholismo y otras
enfermedades también se convirtieron en armas de los colonizadores.
Durante el período comprendido entre 1860 y 1890, el hombre blanco destruyó nuestra cultura. La atracción por una tierra inmensa y rica en recursos fue el origen del éxodo de miles de cazadores, misioneros, soldados, buscadores de oro, vaqueros, presidiarios, colonos... Con el ejército de Estados Unidos abriéndole los caminos, se asentaron en unos territorios habitados ancestralmente por los pieles rojas, a los que arrinconaron en reservas, corrompieron y convirtieron en siervos.
Esta guerra no surgió de nuestra tierra,
fue traída e infligida sobre nosotros por los hijos del gran padre, quienes
llegaron para expoliarnos sin compensación y son los causantes de muchos males
en nuestras tierras. El gran padre y sus hijos son culpables de cuanto
sucede... Nuestro deseo no ha sido otro que vivir pacíficamente en nuestras
tierras, desarrollar actividades que proporciona bienestar y tranquilidad a
nuestro pueblo, pero el gran padre ha colmado nuestro país de soldados, quienes
solo piensan en darnos muerte. (Cola Pintada, de los sioux brulés)
Lo que denominaban, eufemísticamente,
‘fronteras indias permanentes’ eran los límites que imponían bajo la amenaza de
las armas, y transgredían a su antojo para desplazarlos a parajes cada vez más
inhóspitos y exterminarlos paulatinamente. Sucedió en California. En 1848
descubrían el oro, y en unos meses eran millares los buscadores de fortuna que
atravesaban su territorio a lo largo de las rutas de Oregón y Santa Fe.
Las caravanas de carromatos se sucedían.
Para justificar la violación de los límites establecidos anteriormente a su
antojo, el Gobierno de Washington aprobó el denominado ‘Destino manifiesto’,
que no era otra cosa que un salvoconducto para todo aquel que deseara adueñarse
de unas tierras que ya tenían dueño.
“El cumplimiento de nuestro destino manifiesto
es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la
Providencia para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno.
Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra
necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que
tiene como destino”. (John, L. O’Sullivan, Democratic Review, 1845)
Transcurridos dos años, ninguno de los
mudocs, mojaves, piutes, shastas, yumas ni el centenar de pequeñas tribus
asentadas a lo largo de la costa del Pacífico fueron consultadas, y California
se convertía en el trigésimo quinto estado de la Unión. Kansas, Nebraska y
Minesota, habitados por siux, dakotas, navajos, kiowas o comanches, correrían
la misma suerte después.
Los ricos y hermosos valles de Wyoming están destinados a servir de alojamiento y manutención a la raza anglosajona. La riqueza, que desde los tiempos más remotos ha permanecido oculta debajo de la nieve que cubre las cimas más altas no ha sido puesta allí por la Providencia, sino para compensar a los espíritus bravos cuyo destino es formar la vanguardia de la civilización. Los indios deben hacerse a un lado; de lo contrario, serán arrollados por la inexorable y siempre creciente marea de la emigración. (Proclama Big Horn)
Se sucedieron las matanzas y las
carnicerías. “Nadie recuerda a los chilulas, chimarikos, urebures, nipewais,
alonas o centenares de tribus cuyos huesos han sido tapados por miles de
kilómetros de carreteras, aparcamientos y edificios”. (Dee Brown, Enterrad mi corazón en Wounded Knee)
Jamás causamos daño al hombre blanco, no
es nuestra intención… Deseamos ser amigos del hombre blanco… Los búfalos
disminuyen alarmantemente. El antílope, abundante hace unos años, es cada vez
más raro. Cuanto todo el ganado muera, nosotros moriremos de hambre;
queremos comer algo y nos veremos obligados a acudir al fuerte. Vuestros
jóvenes no deben disparar contra nosotros; siempre que nos ven hacen fuego y
nos obligan a responder para defendernos. (Toro Alto)
“Los indios californianos eran dóciles y
apacibles como el cima en el que vivían (…) La organización tribal era poco
menos que inexistente (…); cada poblado poseía sus cabecillas, pero no había
grandes jefes entre aquellos fervientes pacifistas. Tras el descubrimiento del
oro, en 1848, hombres blancos de todas las nacionalidades llegaron (…), tomaron
cuanto les apeteció de aquellos sumisos indios, que se vieron más rebajados y
corrompidos aún de lo que lo lograran los españoles”, describe Dee Brown.
Aún no había triunfado la Revolución
Bolchevique y Rusia no se había convertido en la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas, pero William Vickers, un visionario editor político de
Denver, llegó a calificar de “real y, prácticamente, comunistas” a los utes que
vivían en las Montañas Rocosas. “El Gobierno debería sentirse avergonzado de
alojar y animar a este tipo de gente, todos perezosos y derrochadores”,
arengaba desde las páginas del periódico Greeley
Tribune de Colorado. Salpicando de infundios sus crónicas, instaba a que
“barrieran el demonio rojo”.
No supe entonces cuánto se había
perdido. Cuando miro hacia atrás desde las alturas de mi senectud, vienen a mí
imágenes de las mujeres y niños asesinados, amontonados y dispersos por la
quebrada. La escena horripilante se me ofrece tan vívida como si la estuviera
reviviendo. Y me doy cuenta de que algo más murió en aquel barro
sangriento, fue enterrado luego por la tormenta. Allí dio fin el sueño de
un pueblo. Era un hermoso sueño… Se ha roto el collar de la nación y las
cuentas se han perdido por los suelos. No queda ya simiente alguna y el árbol
sagrado se ha muerto. (Alce
Negro, de los sioux ogalala)
Hombre Temeroso, Pata de Pavo, Conejo
Dormilón, Alto Espinazo, Caballo Loco, Diente de Oso, Toro Alto, Cazo Negro,
Nariz Aguileña, Caballo Blanco, Barba Gris, Oso, Toro, Diez Osos, Ternero de
Piedra, Oso Enorme, Perro Humilde, Lluvia en la Cara, Cerdo Salvaje, Toro
Sentado, Gran Serpiente, Oso Coceante, Halcón Alto, Oso Cuerno Hueco, Nube
Roja, Cola Pintada, Alce Erguido, Posado en una Nube, Doble Luna, Vientre de
Lobo…
La
luna de la hierba verde
La
luna de la puesta de los gansos
La
luna del maíz sedoso
La
luna de hacer grasas
La
luna de la maduración de las bayas ásperas
La
luna del celo del ciervo
La
luna precursora del tiempo caliente
La
luna del celo del ciervo
La
luna de los brotes
La
luna de las jaurías de lobos
La
luna de las patas que se ocultan
Y el lobo aúlla a la luna de los pieles rojas.
Comentarios
Publicar un comentario