Roni Lson vente agogôs, berimbaus, pandeiros, atabaques y
cuicas. Su puesto está en el Mercado Modelo. Es un lugar de 8.410 metros
cuadrados al que acuden la mayor parte de los turistas que visitan Salvador de
Bahía y está asentado sobre una red de catacumbas donde eran hacinados miles de
africanos convertidos en esclavos. Por las venas de Roni Lson corre la sangre
de aquella negritud.
En un kiosco cuelgan publicaciones de pequeño formato y
reducido número de páginas. Son ejemplares de la Literatura de Cordel, romances
en verso de corte popular que denuncian la masacre de los trabajadores
agrícolas de Caldeirão o el asesinato de Chico Mendes por haberse opuesto a la
devastación de la Amazonia.
El Elevador Lacerda permite ascender los 75 metros que separan
una superficie situada al nivel del mar de O Pelourinho, donde Zumbi dos
Palmares está en posición alerta, porta una lanza y parece un pájaro silvestre
en permanente vigía. Fue el líder de la resistencia negra y murió combatiendo
contra la tiranía de la corona portuguesa hace más de tres siglos.
Roni Lson |
La camiseta del
Barcelona CF, que vestía cuando se encontraron, fue el punto de partida de la
conversación. Es un capoeirista que realiza demostraciones en el Largo Terreiro
de Jesús. Tiene 31 años, no bebe alcohol, no fuma y cree en la vida eterna.
Hay iglesias suntuosas y recubiertas de pan de oro en las
que se funden el catolicismo con el sincretismo y las reminiscencias africanas.
En la de Bomfim cuelgan del techo los exvotos de cera. Hay lugares en los que el
culto se realiza sobre atriles de metacrilato y otros en los que tienen como
escenarios locales desnudos en edificios mugrientos cuyas paredes tiñe la
humedad.
Acompañado por Jonatas Amorim, El viajero se dirige a Largo
Pelourinho, 7, donde el profesor Macambira dirige una academia de
percusión. Tiene 33 años, y durante siete impartió clases en Italia, Holanda,
Bélgica, Austria, Dinamarca, Rusia y España.
Denuncia que los profesores están mal
pagados, la droga causa estragos, la corrupción policial es una constante, los
niños crecen en la calle con un arma y O Pelourinho es una pantalla para los
turistas, que cuando cae la noche se convierte en un lugar nada recomendable.
Una llamada interrumpe la conversación. Es de una muchacha canadiense que
saluda en portugués y aprovecha sus vacaciones para continuar con las clases
iniciadas el verano anterior.
Macambira (izquierda) y Jonatas Amorim |
Por la Rúa Gregorio Mattos, una de tantas calles empinadas y adoquinadas a cuyos lados se levantan casas de colores vivos y estilo colonial, camina Edmundo Oliveira Santos. Corre el año 2010, Es un artista callejero que dice sentirse satisfecho porque, con Lula da Silva en la presidencia las cosas están cambiando para los más humildes y podrá ponerse una dentadura postiza.
El viajero se acuerda de las palabras de Macambira cuando un
grupo de meninos da rúa tratan de subir al autobús que hace el recorrido
Itapuã-Barra-Ondina. El conductor bloquea la apertura de las puertas y evita el asalto. Resignados, abandonan con la convicción de que tendrán éxito en otro
intento y de que nadie preguntará por ellos cuando acaben en una comisaría. Entre
enero y julio fueron 736 los asesinatos cometidos por grupos de exterminio.
Mulatos, negros e indocumentados, sus víctimas.
En la tercera planta de unos almacenes hay pulseras que
cuestan 16.720 reales y crucifijos de 9.800. Al otro lado de la avenida, bajo
un paso elevado, un grupo de negros beben cerveza y charlan entorno a una
hoguera. Anochece. Bob Marley invita a regresar a África y una mujer vende
acarajés a real y medio. Allí comienza el universo de las favelas.
Tai y Evelin, dos adolescentes, viven con sus hermanos, de
tres y cinco años, y la madre de todos ellos. Una cortina sirve de pared entre
la cocina y la habitación. El agua cae por los huecos del techo. Comen arroz
con pollo. Una mesa, un sofá de tres plazas, tres sillas y un televisor
componen el equipamiento. En el exterior se amontonan fragmentos de mármol. De
una alcantarilla brota un líquido de color gris verdoso.
Mercado de São Joaquim |
Edelson José dos Santos estaba acompañado por Graciliano dos
Santos cuando se sobresaltaron por el sonido de un estallido. El edificio donde
se encontraban, en la Rúa Dois de Fevreiro, se vino abajo y ambos lograron
ponerse a salvo.
Edelson regresó y ya no pudo salir porque una viga que lo atrapó por las piernas. Cuando los servicios de emergencia lograron alcanzar el lugar donde se encontraba, habían transcurrido cuatro horas y no estaba solo. Su compañía era un pájaro Passo-Passo al que había liberado de su jaula y no quiso abandonar a quien se jugó la vida por salvarlo. El viajero se encontró con esta noticia en un rincón de una página del Correio, y pensó que si tuviese la potestad de decidir, la publicaría a cinco columnas y en la portada.
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Nómadas
2/09/2019
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