El oro del Imperio




Cuando hacerse una fotografía era un acontecimiento, al igual que las carreteras asfaltadas y el ruidoso paso de los vehículos, un grupo de unos treinta alumnos del colegio de Carracedelo (León) dejó constancia gráfica de la excursión realizada al fascinante paisaje de Las Médulas (El Bierzo). Un cura sujeta a uno de los chicos, que no tenía más de ocho años entonces y se llama Álvaro Rodríguez.

 «Supongo que sería un traste entonces», comenta por teléfono mientras sonríe desde la Taberna del Che, un establecimiento que regenta en esta localidad, cuya tipología constructiva sigue los cánones tradicionales de esta comarca en un entorno dominado por el cemento. 

Este lugar era entonces atractivo para quienes vivían en sus inmediaciones y completamente desconocido para el resto, hasta que las infraestructuras viales facilitaron el acceso y la Unesco lo declaró Patrimonio de la Humanidad, en el año 1997. Viajar en el espacio resulta hoy más accesible que nunca, y para hacerlo en el tiempo basta con la observación, la imaginación y algunos datos históricos. 

Entre los siglos I y III, este territorio pertenece al Imperio Romano, y el descubrimiento de oro pone en marcha una intensísima actividad extractiva en la que participan más de veinte mil personas, que canalizan el agua procedente de ríos y regatos de las montañas y construyen una gigantesca red hidráulica de varios cientos de kilómetros de longitud (uno de cuyos hitos es atravesar una montaña, la de Montefurado, en Quiroga (Lugo)), para embalsarla en la parte superior de las explotaciones.

 El siguiente paso consiste en horadar las entrañas de las montañas, en cuyo interior se encuentra el metal precioso. Después abren las compuertas para liberar el agua y que esta se desplace pendiente abajo antes de introducirse a través de la amplia e intrincada red de túneles. Abatidas por el colosal impacto, las paredes no soportan la presión y se vienen abajo. Por las canalizaciones que habían sido construidas previamente baja la corriente llevando el oro hacia la zona donde fueron construidos los lavaderos. 

«El monte cae roto desde su altura, con un gran estruendo que no puede concebir la mente humana», describe Plinio el Viejo en sus escritos. La actividad es incesante: «Se cava a la luz de las lucernas, estas sirven también para medir los turnos de trabajo, y en muchos meses no se ve el día», añade el historiador. Entre cuatro mil quinientos y cinco mil kilos de oro fueron extraídos a lo largo de dos siglos, precisa el cronista del Imperio Romano. 

Agotado el filón, una superficie de 1.115 hectáreas queda abandonada. Su aspecto apenas guarda parecido con el que presentaba antes de la fiebre del oro, porque su extracción hizo necesario el movimiento de doscientos cuarenta millones de metros cúbicos de tierra, y su desplazamiento da lugar a la formación de grandes cerros, farallones, cortados, cárcavas de arcilla rojiza y de varios lagos.

Ausentes los seres humanos, la naturaleza recupera su protagonismo. Crecen entonces los robles, las encinas y las carcasas en un territorio que estaba dedicado a los castaños, cuya plantación intensiva realizaron los romanos con el objetivo de disponer de un recurso con el que alimentar a la mano de obra. De este modo, la necesidad se convierte en el origen de otra característica que hace peculiar el paisaje de Las Médulas. 

Algunos ejemplares arbóreos son milenarios, se convirtieron en referencias y destacan por su porte, como el de Pereda de Ancares. El insólito paisaje elaborado por la acción de los seres humanos y por los meteoros tiene un aspecto lunar visto desde el mirador de Las Pedrices, que resulta especialmente recomendable en los atardeceres o de Orellán: los montículos rojizos despuntan entre las masas verdes de las arboledas y dejan ver los pasadizos que permiten introducirse en su interior. 

El movimiento de tierras provocado para lograr el acceso al metal fue el origen de la creación de un entorno fascinante en la comarca de El Bierzo (León) [ Nómadas ] Unos son grandiosos como catedrales, y tal es el caso de La Cuevona o de la Cueva Encantada, mientras que el acceso a otros, como el de Pico Reirigo, hace necesario el uso de una linterna y resulta espectacular y emocionante. 

La madera de los castaños es utilizada en la construcción de los voladizos que bordean la primera planta de las viviendas, al igual que la pizarra, la cuarcita y el barro, y mantienen la fisonomía tradicional de los pueblos en unos entorno rodeado edificios y casas cuyo componente esencial es el hormigón.

Un destino que parecía tan lejano para Álvaro Rodríguez cuando visitó por primera vez Las Médulas, cruzando el río Sil por el puente colgante entre Villaverde y San Juan de Paluezas, ya no lo era tanto en otro viaje, el que realizó hace algo más de tres décadas en compañía de un grupo de amigos, que compartieron unas paellas. «Las cosas ya habían cambiado muchísimo», afirma recordando aquella experiencia. Cruzarse con visitantes de distintas nacionalidades caminando por sus senderos o contemplando sus lagos es algo frecuente.

 «Abismal» es el adjetivo que usa para referirse a su transformación, aunque el paisaje apenas haya cambiado del que contemplaron los soldados romanos hace más de veinte siglos.

Nómadas
2/20/2019
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