Los familiares de los tripulantes del ‘Cabo Razo’ que vivían en
las proximidades de Vilagarcía se desplazaron hasta el Puerto arousano para
decirles adiós. El barco hizo escala para cargar tablones, procedentes de
Pontecesures, conservas y leche condensada.
En sus bodegas también llevaba sosa y
lingotes de hierro de Gijón y Bilbao. Además de la tripulación, formada por 39
marineros, viajaban cinco pasajeras, tres francesas y dos vascas, alumnas del
Colegio-Escuela Bérliz, de Bilbao.
Era el 4 de agosto del año 1958. Un día soleado dio
paso a una noche plácida. El ancla fue levantada a las 22.30 horas y la embarcación
partió con destino a Málaga.
Poco después de zarpar, enfiló por un rumbo equivocado, y en lugar de dirigirse
por el canal de navegación para salir de la ría de Arousa, lo hizo hacia la
península de O Chazo, en Boiro, donde chocó con el bajo de A Barxa.
‘o tonero’. «Estabamos a traballar ó boliche meus tíos Manuel e
Lucho, Benigno, un rapaz chamado Francisco, ó que lle levaba dous anos, e
Manuel, o fillo de Lucho. Cando metíamos o aparello sentimos un ruido». José
Outeiral, ‘O Tonero’, tenía 18 años y creyó que había caído un avión.
«Díxenlle ó señor Benigno, ‘non sei, aí sentín un
ruido’. El respostoume, ‘ti sempre estás escoitando cousas raras’. Seguimos
traballando, e dalí a sete ou oito minutos díxenlle, ‘sinto berrar’. ‘Eu non’,
repetiu, ‘eu eu si’, insistín».
‘O Tonero’ recuerda lo sucedido en Cabo de Cruz , su
pueblo, mientras otea el cercano escenario de aquel suceso.
«Paramos, escoitamos, e sentíase pedir axuda.
Arriamos en banda. Era un racú a remos. Eu estaba entrenandome para as regatas
e dáballe bastante ben. Nunca remei tanto na miña vida. Din todo canto tiña»,
asegura.
Siguiendo el sonido se dirigieron al lugar del que
procedían las voces. Sacaron del agua a once náufragos que viajaban en el ‘Cabo
Razo’. No había cabida para más en una embarcación de 5,5 metros de eslora.
«Encontramos a un que ía co salvavidas e estaba morto. Deixámolo. Se non había
sitio para os vivos, como íamos meter a un morto», argumenta.
Se dirigieron a la playa de Ribeira Grande y los llevaron a la
Panadería Saborido, de Cabo de Cruz, donde buscaron ropa para los
supervivientes. También para una francesa, «era de miña nai, que tería hoxe 113
anos. Como sería?, Pero ela vestiuna contenta», señala.
Después cruzó la ría de Arousa con su padre. Era día
abierto cuando avisaron en la Comandancia de Marina de Vilagarcía, de la que
salió una embarcación de salvamento que fondeó cerca del lugar donde se veían
los palos del ‘Cabo Razo’. «Cree que os náufragos van vir nadando ó barco?
Vaian vostedes a buscalos», le dijo su padre a los soldados.
El impacto de la estructura del barco contra la roca
había sido súbito, provocando su hundimiento en apenas cinco minutos, sin que
la tripulación pudiese organizar una evacuación ordenada y echar al agua los
botes salvavidas.
IÑAKI ITURRI. Con un millar de habitantes, Ea es un pequeño pueblo
de Bilbao que vive del mar. Suena la música de la fiesta mientras Iñaki Iturri
hace memoria. «Echamos tableros al agua y, cuando estaba nadando, me encontré a
una francesa, que fue agarrada a mi jersey durante más de una hora. Cerca de
una piedra le pregunté si podía aguantar, porque estaba agotado».
Sintió que unos brazos lo amarraban. «No podía más,
y cuando estaba tumbado en la roca alguien comentó que al subir la marea
quedaría bajo el agua. Dije que podíamos subir a los brazos de una cruz que me
pareció ver, cuando resultó que era una baliza», expone midiendo mucho sus
palabras.
Un barco los llevó hasta Cabo de Cruz. En Vilagarcía.
«Me tocó de identificar los cadáveres, también los de las francesas, que tenían
las caras llenas de moscas. Su madre quiso echarse encima de ellas. Tuvimos que
agarrarla. Aquello fue terrible», describe en un tono reservado.
Con 260 toneladas de mercancía y una eslora de 96,86
metros, el ‘Cabo Razo’ quedó hundido de costado, escorado hacia babor, a unos
18 metros de profundidad y a unos 200 de la baliza de A Barxa, que está situada
a medio kilómetro de la orilla.
Manuel sierra. «Íbamos tres compañeros durmiendo en el camarote de
proa cuando, de repente, entró agua por la puerta y la ventana. Salimos nadando
y el barco se hundió rápidamente sin dar tiempo a echar un SOS», rememora
Manuel Sierra en una aldea de Cantabria.
Era el encargado de la limpieza quien habla. «Aunque
nadaba bien, me agarré a un bidón, pero lo abandoné porque se giraba y me
sumergía. Al cabo de varias horas hice una pequeña balsa con tablones que
estaban flotando. Se unieron otros compañeros. Sobre las cinco de la mañana
vino una barcaza, en la que había más náufragos, que nos llevó hasta el ‘Cíes’,
en el que regresamos a Vilagarcía».
¿Qué le pasó entonces por la cabeza? «Bueno, en ese
momento piensas en todo, estás nadando y de das cuenta de que no puedes hacer
nada más. El asunto era aguantar lo que pudiese. Escuché gritos, a lo mejor a
unos 200 metros. Y luego ya se hizo el silencio en la oscuridad», añade
pensativo.
En las inmediaciones del lugar donde se produjo el
naufragio no se encontraba ningún barco, solo el ‘San Antonio’, el pequeño racú
a remos de Cabo de Cruz.
Al percatarse de lo que había sucedido, sus
tripulantes tiraron al mar la pesca y los aparejos para tratar de llegar lo más
rápido posible al lugar donde escucharon gritos, Tardaron una hora en hacerlo.
JOSÉ RAMÓN ABUÍN. «Estaba comiendo cuando empezó el noticiario de
Radio Nacional de España. A bombo y platillo anunciaron que se había producido
un naufragio de un buque de carga y pasajeros en la ría de Arousa.
José Ramón Abuín vivió esta situación cuando
tenía 14 años. Se produjo en Barcelona. Su padre, Ramón, nacido en Carril
(Vilagarcía) era el primer maquinista del ‘Cabo Razo’.
«Dijeron que hubiera muertos. Mi madre empezó a
llorar y mi prima, que era pequeña, pataleaba en el suelo. A continuación empezaron a dar la lista con los
nombres de los muertos. Fue el peor momento, porque, aunque corta, nos pareció
extremadamente larga. Era un calvario porque estaba esperando que el siguiente
fuese mi padre. No fue así y dijeron que hubiera supervivientes», explica.
Comenzaron entonces las gestiones para confirmarlo.
Lo intentaron por medio de una conferencia telefónica. Y así fue, sobre las
siete de la tarde nos dijo que había hablado con él y se encontraba bien».
Atrás quedaban las cuatro horas y media más angustiosas de su vida.
Los cinco marineros del racú lograron rescatar de
las rocas a los diez tripulantes que se habían encaramado a ellas y a una
pasajera francesa. El barco a motor que los trasladó hasta Vilagarcía recogió
del agua tres cadáveres que se encontraban flotando. Llegaron a las 7.30 horas.
A las 9.30 horas, desde el guardacostas ‘Cíes’, de
la Comandancia de Marina, comunicaron que traían a 20 supervivientes, que
encontraron en el mar, cerca de Ribeira, cuando trataban de mantenerse a flote
ayudándose en los tablones, y a dos cadáveres.
Al mediodía del 5 de agosto fueron hallados tres
cadáveres más y al atardecer, cerca de la Praia do Castro, próxima a Ribeira,
apareció otro. Transcurridas 24 horas del naufragio, el balance era de 31
supervivientes, nueve muertos y cuatro desaparecidos. La búsqueda se prolongó
por el litoral.
CHELO PAULOS. No le fueron bien las cosas al vilagarciano Amadeo
Paulos como emigrante en Francia. Regresó a España y se embarcó en Bilbao en el
‘Cabo Razo’.
«Miña nai baixou ó mercado a Vilagarcía, e ao chegar
a altura do cemiterio veu un grupo de xente falando. Chamoulle a atención que
chegaran varios coches fúnebres, preguntou que pasara e responderolle, ‘non te
enteraches de que un barco foi a pique’? Nese intre toleou pensando no pior».
Quien lo cuenta es Chelo, hermana de Amadeo.
En el puerto trataron de tranquilizarla diciéndole
que había varios supervivientes en Aguiño (Ribeira), pero pasó el tiempo y su
hijo no era uno de ellos. Y como el mar tampoco se lo devolvió, quince días
después del accidente se ofició una misa en su memoria en la iglesia de
Cornazo.
«Foron os 15 días máis negros na nosa casa, foi un
sin vivir, e na noite daquel día, un pescador atopou o seu corpo», narra Chelo.
Tenía 25 años, hacía tres que se había casado y tenía un hijo de 18 meses. Vino
a morir a casa.
LAS DECLARACIONES. «No me explico el accidente, el mar estaba en
calma y la noche era clara cuando, de pronto, sentimos un gran golpe. Estaba
trabajando en la cubierta, haciendo unas pequeñas reparaciones. Éramos seis, el
contramaestre, cuadro bodegueros y yo», declaró el vilagarciano Eduardo del Río
en las dependencias judiciales.
«Estaba con el contramaestre en su camarote. Al oír
el golpe subí a la cubierta y, al ver que el barco se inclinaba, bajé de nuevo
a los camarotes y di la voz de alarma», afirmó José Cancela, de Moaña.
«Fui el primero en arrojarme al mar al ver que no era posible arriar
los botes salvavidas. Nadé durante algo más de una hora», agregó.
la incógnita
«A ría ten una boa entrada e o capitán levaba moito
tempo entrando por alí. Penso que confundeuse coas luces de Palmeira e
Ribeira», argumenta el marinero Vicente Mallo en su vivienda de Tal (Muros).
«Aquela noite non había ninguna néboa. Era unha noite estrelada», puntualiza.
«Se comentó que los empresarios querían deshacerse
del barco», señala Manuel Sierra. «Houbo moitísimos comentarios de que o
levaran para afundilo, pero nós non sabemos o que pasou nin porque colleu
aquela dirección, porque non era normal», dice Chelo Paulos.
«No se conoce el motivo real del accidente, cosa que
probablemente, jamás será conocida», publicaba El Pueblo Gallego el día 12 de
agosto.
«Debe tenerse en cuenta el contexto. El accidente se
produjo en plena dictadura y era un asunto sujeto a la jurisdicción militar,
absolutamente opaca a los medios de comunicación», detalla Javier Bouzada en
una publicación editada con motivo del 50 aniversario del naufragio.
el epílogo
La pasajera francesa que se salvó, Anny Tissier,
envió una carta de agradecimiento y contribuyó en la recuperación del litoral
tras la catástrofe provocada por el ‘Prestige’.
La bilbaína María Teresa Juaristi nadó durante varias
horas sujetando el cadáver de su hermana, Victoria, para evitar que se hundiese.
Nunca quiso hablar de aquel episodio.
José Outeiral, ‘O Tonero’, se encontraba en el
Puerto de Barcelona, donde estaba siendo reparado el barco de la Campsa en el
que trabajaba. Allí se encontró con un vecino, apellidado Oliveira, que le
propuso que se enrolase en su barco, en el que había una plaza libre y el
salario era más alto.
«Levoume ao ponte de mando e o encargado das
contratacións dixo que non. Era un dos do ‘Cabo Razo que salvaramos. Seguro que
non me coñeceu, porque eu tampouco lle dixen nada», recuerda.
«E fíxome un favor moi grande porque dalí pouco tempo
desapereceu, foise a pique o barco e aínda agora non se sabe nada deles». El
barco al que se refiere ‘O Torero’ era en ‘Monte Palomares’, que se hundió
después de salir de Norfolk (Virginia) con dirección a España en enero del año
1966
Cuarenta horas de grabaciones para un documental.
Las declaraciones que figuran en este reportaje fueron recogidas por Antón Caeiro y Margarita Teijeiro para un documental titulado 'Desde dentro del corazón', en el que además del naufragio del 'Cabo Razo' tambíen abordarán el progresivo alejamiento entre Vilagarcía y su ría, la época dorada del marisqueo, y la presencia de la Escuadra Inglesa, con "Os Nachos" de Carril, Verino y Manolo Diz como hilo conductor.
Antón y Margarita son los responsables de 'O Faiado da Memoria', un proyecto que persigue la recuperación de imágenes y acontecimientos históricos por medio de exposiciones, participación en la puesta en marcha de museos y elaboración de documentales.
Ambos subrayan que el trabajo realizado para documentarse sobre el naufragio del 'Cabo Razo' les permitió comprobar que la práctica totalidad de los protagonistas acabaron explayándose sobre lo acontecido en la Ría de Arousa después de superar las reticencias iniciales que les produjo el interés por conocer sus vivencias de la tragedia.
Diario de Pontevedra (11-11-2012).
Fotos: O Faiado da Memoria
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11/17/2012
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Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarDoce o trece años después del naufragio jugábamos en la zona del 'hoyo' donde hoy están los jardines de Miguel Hernandez en Villagarcia y descubrimos un montón enorme de pequeños botes de conserva completamente oxidados.Abrimos uno y para sorpresa nuestra saltó un chorro de leche condensada. No dudamos en probarla y estaba buena, pero al contarlo nuestros familiares nos abroncaron y alguien dijo que eso era del Cabo Razo. Quedamos impresionados pues aquel naufragio era ya una leyenda. Mucho tiempo después confirme que el barco llevaba leche condensada y hoy lo vuelvo a leer aquí.
ResponderEliminarSoy nieta de un superviviente de ese naufragio, recuerdo la historia que me contaba mi abuelo, y como se nos ponía la piel de gallina al recordarlo. Mi abuelo lleva muerto 26 años y ni un solo día desde su fallecimiento me olvido de El, lo llevo en mi corazón. En su recuerdo, estoy pintando un cuadro y si alguien sabe de que color era dicho barco, se lo agradezco enormemente. Muchas gracias
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