Ella nació en Hong Kong; él, en Inglaterra. Se conocieron en Sudáfrica, y hace 41 años viajaron a Galicia. Así comienza la historia de los tiempos de esplendor de la finca A Saleta, de Meis, donde crecieron centenares de variedades de arbustos y plantas. La iniciativa de Robert y Margaret Gimson transformó una granja abandonada en un paraíso.
Estaba llamada a convertirse en el Jardín Botánico de Galicia, pero las administraciones no mostraron interés por la propuesta y la finca fue vendida. De aquel tiempo no queda casi nada.
El último capítulo de la historia de una propiedad de la que hay constancia documental desde 1721 comienza a escribirse cuando Robert Gimson lee un libro de Nina Eption titulado ‘La costa embrujadade Galicia’.
Corría el año 1958, vivía en unacasa situada en las afueras de Leicester, y estaba a punto de jubilarse. «Le impactó de tal manera que decidió ir de veraneo a aquel lugar ese mismo año», señala María Esther del Castillo Fondevila en su libro ‘La Saleta. Jardín Botánico’, editado por la Deputación en 2003, en el que se documenta este reportaje.
Se embarcó con su familia en un barco que hacía la ruta entre Southamptom y las Antillas, con escala en Vigo. El primer destino fue Sanxenxo, y en los años sucesivos Galicia se convirtió en la referencia de sus vacaciones. Así, conocieron Baiona, Ferrol, Corcubión o Pontevedra.
El siguiente paso fue poner un anuncio en la prensa interesándose por la compra de una casa, que coincidió con la oferta de A Saleta, en 1967. Las dimensiones de la finca, 53.000 metros cuadrados, con una vieja casa, una capilla y un palomar, excedían a sus pretensiones, pero decidieron adquirirla y durante los dos años siguientes se desplazaron desde Inglaterra trayendo plantas.
Al mismo tiempo, comenzaba la reparación de la vivienda y la construcción de dos estanques. Robert se jubila en 1970. Llegan semillas procedentes de jardines botánicos y coleccionistas con los que mantenía correspondencia.
Se trasladan a Meis, y dos años después finalizan la nueva vivienda.
Los planes seguían el proyecto que encargado a la arquitecta paisajista Brenda Colvin. «No fue tenido en cuenta totalmente por las dificultades que suponía: sin embargo, la idea general, en lo referente a cómo integrar el nuevo jardín en el paisaje, conservando las vistas de la dis- tancia, si se llevó a cabo», precisa Esther del Castillo.
El bosque de rododendros y camelios fue la primera plantación, a las que siguieron plantas procedentes de Australia. También lo intentó con vegetación sudafricana, pero no tuvo igual fortuna. Magnolios y pinos tuvieron su espacio, al igual que árboles frutales entre los que corrían los conejos.
Con la proliferación de semillas australianas, Robert Gimson empezóa perder el control del aspecto del jardín en cuanto a su diseño, “no permitiendo que se podasen, pues era partidario de que las plantas creciesen libremente con sus formas y tamaños naturales”, expone.
«Los veían como a dos extraterrestres », recuerda. En los primeros tiempos, los vecinos observaban, perplejos, como arrancaban los cultivos para sustituirlos por plantas a las que no le quitaban rendimiento económico y se llegó a comentar en la posibilidad de que se tratase de droga.
Ninguno de los dos era católico, y cuenta Esther del Castillo que el primer año se negaron a acondicionar la capilla de su propiedad para la festividad de la Virgen de A Saleta. El segundo, al comprobar que se trataba de una tradición muy enraizada, accedieron. Pero también tuvieron que adornarla, y a los lugareños no les gustaron nada las flores, «porque no eran de respeto», precisa, entendiendo por esta categoría las que se compran en las floristerías, en contraposición a las usadas por los Gimson, que resultaban «demasiado silvestres».
Con el paso del tiempo aprendieron el castellano, entendieron el gallego y fue creándose un cauce de comunicación en las dos direcciones que disipó los recelos iniciales de los indígenas.«Se ganaron el cariño de la gente», afirma Esther del Castillo.
Margaret acabó impartiendo clases de inglés a los chavales del pueblo y el matrimonio compartió banquetes en las casas de buena parte del vecindario, lo que no dejó de crearles un problema porque para ellos la alimentación era un asunto secundario y tenían que responder a las invitaciones con la misma moneda.
Robert Gimson se presenta por primera vez al Concurso Exposición de la Camelia en 1973, y desde entonces obtiene varios galardones.
Catorce años después, un vendaval causa notables estragos en el jardín. Pasados unos días desde el temporal, fallece cuando se encontraba en la casa de su hija en Inglaterra.
Además de la finca, en su legado también figuran varias publicaciones, y en 1994 recibe un homenaje a título póstumo en el XXX Certamen Internacional de la Camelia.
Queda al frente de A Saleta Margaret Gimson, que siguió contando con la labor del jardinero de Meis Ernesto Barreiro, a quien habían contratado en 1969 para cuidar la finca.
Su empeño se prolongó durante 15 años, hasta que en 1998 decidió decirle adiós y regresar a Inglaterra. «Para evitar la pérdida de su rica y variada colección, años atrás había iniciado una larga serie de gestiones con varias administraciones públicas y privadas para que pudiera llegar a ser el gran Jardín Botánico de Galicia, que no prosperaron por diferentes causas, algunas sin justificación de ningún tipo», explica Esther del Castillo.
«Ante la pasividad institucional y el fracaso de sus esfuerzos, se vio en la necesidad de recurrir a varios compradores particulares, procediendo a la división de la finca en cuatro parcelas», concluye. De nada valió que varios expertos calificasen de «interesantísima la colección.
Con más de 80 años, Margaret vive en una pequeña casa con jardín situada en el sur de Inglaterra, donde imparte clases de español, dedicó su libro de vivencias en A Saleta a un vecino de Meis y habla en gallego.
Encuentro en África
Margaret es hija de un irlandés licenciado en lenguas clásicas que trabajó en la administración de las colonias y de una galesa. A los 8 años su familia deja Hong Kong para desplazarse a Tanganika y la envía a Londres. Cuando estalla la II Guerra Mundial se encuentra en Sudáfrica, donde conoce Robert, que era capitán del Ejército en Nigeria.
Se casan en Leicester, en 1943, y Robert todavía tendrá que pasar por Escocia, Cambridge, Nottingham y Palestina hasta licenciarse y retornar a la dirección de una fábrica textil en Inglaterra.
Diario de Pontevedra (26-07-2009)
Hola Fernando:
ResponderEliminarAndei esta semana polas vosas terras para facer unha toma de contacto e atopei boas sorpresas cono a igrexa de Santo Tomé de Nogueira, o petroglifo do Monte do Cribo, o mosteiro de rmenteira... Todo de tipo monumental. Quería facer unha entrada na Wiki sobre a devandita igrexa e non atopei ningún tipo de documentación, poderías ti facilitarme algún enlace ou web onde poida atopala? Disculpa a miña ousadía, pero as ansias de coñecer son aínda máis forte. Saúdos. Se no sae o meu email no comentario, este é alexcar52@live.com