Emilia y Pardo esperan a Bazán

"El Colón de este nuevo mundo de la salud fue un borrico... Un verdadero borrico, cuadrúpedo, cubierto de mataduras y de tiña, al que abandonaron para no desconyuntarlo en una isla desierta. Y al cabo de unos meses, cuál sería la sorpresa del dueño al encontrar un burro sano, saltando, con el pelo tan reluciente que envidiaría la cabalgadura de Sancho Panza».

La escritora Emilia Pardo Bazán recoge en una monografía sobre A Toxa, publicada en el año 1911, un acontecimiento que se convirtió en la mejor campaña publicitaria para los promotores del Gran Hotel, inaugurado cuatro años antes, que no tardaría en figurar en la élite europea y convertirse en una referencia del lujo y la salud.

Aprovechando su tirón fue construido un casino y jardines de estilo francés por los que pasean miembros de poderosas e influyentes familias después de someterse a tratamientos con las aguas mineromedicinales que encontró el burro por casualidad.

Llegaron los años de esplendor a una isla en la que se construyeron un campo de golf, hoteles, chalés y mansiones, y por la que se dejaron ver millonarios, artistas, dirigentes políticos y empresariales de primera línea internacional y futbolistas. Pero el cuadrúpedo fue olvidado. Tuvo que transcurrir casi un siglo hasta que la historia empezó a hacerle justicia. Fue posible por el empeño del concelleiro José José Alfredo Bea García. Bea partió de una premisa que podría parecer casi fantástica: O Grove es algo más que playas y marisco. También tienen un monte por el que discurre una senda trazada por un riachuelo que alimentaba a una veintena de molinos.

Por este paraje, situado entre Cova de Lobos y la playa de Mexiloeira, transitaron durante varias décadas los burros con su carga de grano y harina. Arrinconados por la mecanización de los medios de transporte y producción agrícola, los burros fariñeiros se convirtieron en una especie en peligro de extinción.

Bea contaba con dos razones para sacar adelante el proyecto: recuperar una señal de identidad y contribuir en la tarea de que una especie a la que tanto le deben los humanos se convierta en pasado.

En el informe que presentó a la Consellería de Presidencia para solicitar una ayuda destinada a esta iniciativa puntualizó que cuando se refería a los burros lo hacía a los de cuatro patas, porque los de dos no están el peligro de extinción.

El proyecto obtuvo la máxima puntuación, y de los 30.000 euros de presupuesto, el Concello solo tuvo que aportar 3.000. Con este dinero compró dos burros, fue construido un cercado de madera y una caseta en una parcela de 12.000 metros cuadrados que está rodeada de un circuito de paseo, en una finca situada en el Monte Central de A Toxa.

En este privilegiado entorno, que se encuentra nada más cruzar el puente, viven Emilia y Pardo desde el mes de septiembre. Es una pareja de burros procedentes de Euskadi y Asturias. «Como con todas las cosas, cada uno tiene su opinión, pero lo que quedó claro es que mucha gente viene a O Grove a verlos», afirma Bea.

El edil lamenta la asimilación, de un modo peyorativo, de los términos burro o asno cuando se relaciona con los humanos, y asegura que ese menosprecio que se puede percibir le hizo trabajar con más ahínco en esta idea, descartando otras posibilidades, como la de apostar por el porco celta, y se pregunta, con un tono irónico, si resultaría más adecuado haber traído tigres o leones, relegando una raza autóctona de la cornisa del Norte de España.

Trabajador incansable, a veces demasiado terco, el burro fariñeiro es un animal tranquilo y apacible que cuenta con una alta carga de energía y resistencia, que le permiten desplazar grandes cargas por intrincados itinerarios y empinadas pendientes. Es sufrido y aguanta estoicamente el calor, el frío, la sed y el hambre. Se alimenta con cualquier cosa.

Fue tal el grado de identidad que logró con sus dueños que llegó a formar parte de los núcleos familiares. Hoy, se utilizan en rutas de senderismo. Desde hace más de medio siglo, su aportación también se extiende al terreno terapéutico.

Acariciar un burro, pasearlo, cepillarle el lomo o hablar con él son prácticas que permiten corregir disfunciones de tipo sensorial, motoras, cognitivas, afectivas o de comportamiento. El contacto con el animal aumenta la relajación, disminuye la agresividad, ayuda a aceptarse, rebaja la angustia y propicia una mejora de la comunicación.

Todos los beneficios que aportan los burros encajan perfectamente en la imagen de una isla cuyo principal reclamo es la tranquilidad y la salud. Emilia y Pardo ya están sintiendo el cariño de quienes los visitan.

Se acercan al cierre de la finca, estiran el cuello y abren la boca para recibir el alimento que le dan desde el exterior, aunque no les falta en su territorio, donde las últimas lluvias hicieron que reverdeciese la hierba sobre la que crecen los arbustos, y cuentan con un tanque de agua con la que saciar la sed.

Emilia tiene siete años y Pardo, uno. Teniendo en cuenta que viven una media de 25, y que incluso pueden alcanzar los 40, son dos jovenzuelos que acaban de empezar una nueva vida en primera línea de la costa.

En este idílico paraje es probable que pronto tengan descendencia, porque parece ser que Emilia está preñada, aunque en esta especie son habituales los falsos embarazos. Su fuese así, en primavera nacería el retoño que esperan. Y se llamará Bazán.


Diario de Pontevedra (4-12-2011)

la sombra de los días
12/28/2011
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Comentarios

  1. En el informe que presentó a la Consellería de Presidencia para solicitar una ayuda destinada a esta iniciativa puntualizó que cuando se refería a los burros lo hacía a los de cuatro patas, porque los de dos no están el peligro de extinción.

    Me encanta este párrafo, muy bueno todo el artículo, felicidades por este blog

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