Los dos heridos fueron trasladados a un hospital de Canadá y, desde allí, a otro en Irlanda. Un de ellos se llamaba Manuel Rodríguez Juncal.
Vivía en A Ramallosa (Nigrán). Las comunicaciones por teléfono eran una carrera de obstáculos, por lo que no dio aviso a su familia del regreso al hogar. Y cuando llegó a casa, se encontró a su esposa con otro hombre.
Apenas rebasados los 30 años y analfabeto, se fue maltrecho físicamente, destrozado emocionalmente, y cargando con los cinco hijos de ambos. Durante algún tiempo, lavó los platos en una casa de comidas situada cerca del Hospital de Montecelo, en Pontevedra.
A cambio, tuvo comida y cama. Pero, sobre todo, dispuso de un lugar en el que podía ocuparse de sus hijos durante los fines de semana, cuando cerraba sus puertas la Ciudad Infantil Príncipe Felipe, situada a pocos metros, donde se encontraban internados. No pasó mucho tiempo hasta que regresaron con su madre.
Rotos todos los vínculos familiares, con los bolsillos vacíos, sin nada que perder y con un carácter y un lenguaje endurecidos por la sucesión de infortunios, Manuel Rodríguez Juncal viajó hasta O Grove tratando de abrirse camino y de encontrar el afecto que le negaba la vida.
La expresión partir de cero fue creada para casos como el suyo. Tuvo que levantar una chabola en la playa de A Lanzada utilizando tablones que encontraba en las obras para resguardarse durante las noches, después de trabajar al jornal en lo que salía y podía hacer. También se sacó una pesetas pescando chocos y realizando labores de vigilancia en la cantera de La Atlántida durante la época del contrabando de tabaco.
Hubo un tiempo en que se refugió en la bebida, fue capaz de superar la adición sin necesidad de someterse a un tratamiento, y ni siquiera en esa época se le recuerda un mal gesto hacia sus vecinos. «¿Qué daño le hice a Dios para que me diese esta vida?», se preguntaba en el Bar Barrantes.
Este establecimiento de la calle Catorse era su segundo hogar. La pequeña paga que recibía por las secuelas del accidente laboral y los menguados ingresos le permitieron alquilar un piso en la segunda planta de un edificio situado en la calle Holanda.
También se dejaba ver por Casa Martínez o el Bar Venezuela. Fue en un bar donde se encontró con los componentes de Os Nenos Cantores da Coral Puerto Piojo. El Sábado de Carnaval de 1994, el año del estreno de la comparsa. «O home xuntouse con nós e caeunos ben», recuerda Cholo Caminero, uno de sus líderes del grupo.
Cuando llegaron el domingo por la mañana a una casa abandonada de O Con, en la que ensayaban, allí estaba Manuel Rodríguez Juncal. Aquel día encontró otra familia.
La formaban una veintena de chavales que no se cortaban ni un pelo en sus críticas a las autoridades locales cuando componían las letras de la coplas, no gastaban un euro en vestuario, apenas ensayaban y no participaron nunca en los concursos.
Siempre fueron por libre, y Manuel Rodríguez Juncal se prestaba para hacer de muerto en un entierro o a recorrer las calles bajo un palio. «Dou con boa xente», apunta Cholo, refiriéndose también a Nardo Benavides.
No tardó en corresponder a la amistad de todos ellos. Lo hizo con una aportación que acabaría convirtiéndose en todo un acontecimiento de los Carnavales en O Grove: la interpretación de ‘Delilah’, una canción popularizada por Tom Jones.
El siguiente paso que lo convirtió en un personaje fue ataviarse con un disfraz de El Zorro. Fue el sobrenombre con el que lo conocieron varias generaciones de vecinos que hicieron suya ‘Delilah’ hasta convertir este tema, interpretado a todo pulmón, por centenares de voces y en tres idiomas (sucedáneo de inglés, castellano y gallego) en el himno de las fiestas.
En los bares llamaban los cacahuetes a sus cuatro dedos amputados cuando ponía la mano sobre el mostrador, en plena farra.
Nardo y Cholo le ayudaron a arreglar los trámites para cobrar la pensión que le correspondía al cumplir los 65 años, y fue entonces cuando El Zorro supo que un juez había disuelto su matrimonio. El tabaco estaba obturando sus venas.
Sufrió en primer infarto en el mar, y salió del apuro porque le ayudaron unos marineros, y el segundo se produjo mientras caminaba marcando el itinerario a una banda de música en las Festas do Carmen, indica Rosa Rivas detrás de la barra del Bar Barrantes.
El tercero le paralizó medio cuerpo. Se encongraba en su piso. Nardo y Cholo le habían buscado una habitación en Casa Martínez y los propietarios del Bar Barrantes solicitaran una plaza en el geriátrico de Ribadumia para cuando no se valiese por sí mismo.
Durante los primeros días en el Hospital de Montecelo, El Zorro apretaba la mano de Luis Rodiño, marido de Rosa Rivas, para comunicarle que lo entendía. Después dejó de hacerlo. Ya no conocía a nadie y lloraba. «Sabía que se iba», dice Rosa Rivas.
Los amigos pagaron las coronas y pusieron su foto, disfrazado de El Zorro, sobre la lápida. El Concello se hizo cargo del entierro. Fue una tarde de perros la del día 7 de noviembre. Tenía 66 años. Lo acompañaron unas cien personas.
Nadie le preguntó porqué cantaba ‘Delilah’ ni si sabía que esa canción cuenta la historia de un hombre que cuando llega a casa, en una noche estrellada, ve a su amada en brazos de otro. «Vi la luz de la noche cuando pasé por su habitación/vi las sombras de amor que oscilaban en su persiana/era mi mujer».
Teño a pel de jaliña. Unha gran "mini"biografía dun dos personaxes que máis nos fixeron amar o entroido no Grove, e gracias a xente coma él, agora temos o nivel de comparsas que temos. O Zorro NUNCA morrerá, sempre estará con nós. Unha aperta dende terras mecas.
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