Cuando el juez que preside la Sección Segunda de la Audiencia Provincial condena al vecino de Vilalonga (Sanxenxo) José Antonio Miniño Pérez a 22 años de prisión por un asesinato consumado y otro en grado de tentativa, el tráfico de drogas ya había sido el origen de numerosos enfrentamientos. Estamos en 1997, y se contabilizaban hasta diez muertes.
La serie había empezado con el tiroteo del tesorero de la Cámara de Comercio de Vilagarcía, José Manuel Vilas Martínez, en Benavente (Zamora) y siguió con el de Eugenio Manuel Simón Pedreira y Luis Sotelo Villar, en Meis.
El tercer capítulo había sido escrito por Antonio Chantada, alias ‘Tucho Ferreiro’, que abatía a Danielito Carballo en Vilagarcía, y a José Juan Agra, en Cambados, antes de suicidarse con la escopeta empleada en los dos crímenes.
A Manuel Baúlo Trigo lo asesinaban de un tiro unos sicarios colombianos en la cocina de su casa de Cambados, mientras que José Manuel Rodríguez Lamas, alias ‘El Pulpo’, se llevaba por delante a Jesús Joaquín Brea Blanco, Mercedes Castaño de la Fuente y Eugenio Riobó Viruel en un apartamento de Peredes (Vilaboa).
Son varias las circunstancias que concurren en cada caso y uno el denominador común: las deudas relacionadas con el trapicheo. Con estos antecedentes, la primera relación que establecen las fuerzas de seguridad al trascender el crimen que tuvo como escenario la playa de A Lanzada era evidente.
Sin embargo, las indagaciones posteriores desbaratan esta relación como el primer detonante. El fallo toca sólo de modo tangencial una transacción de drogas.
Según las declaraciones efectuadas durante la vista oral del juicio a Miniño, que tenía entonces 22 años, todo comienza el 20 de marzo de 1995, cuando Manuel Portas Romero, de 25, lo llama para solicitarle que le venda droga, en una cantidad que no llega a precisar.
Ante el Tribunal, Miniño expone que lo conocía porque, anteriormente, había trabajado para él como transportista de droga. A esas alturas ya se había independizado y los papeles habían cambiado.
Siguiendo el hilo de su exposición, para realizar la operación conciertan una cita en la playa de O Búho (A Lanzada), adonde se dirige Miniño antes de encontrarse con su supuesto comprador. Lo hace para esconder una escopeta. Son cerca de las 21 horas.
Aunque es un antiguo compañero de faena, adopta una medida de autoprotección, dice. Después, sube al coche, enfila por la carretera de la costa y se dirige al punto de contacto, en la churrasquería Xunca Blanca (Noalla-Sanxenxo), donde está Romero acompañado por el cambadés Carmelo Baúlo Santos, de 23 años.
Cenan y se acomodan los tres en un vehículo. Ahora es Manuel Portas quien conduce y su casa, en Vilanova, el destino. El motivo es coger una pieza de ropa, porque hacía frío, expone Miniño.
Cumplida la misión. Desandan el camino, en un Opel Corsa, y se dirigen al lugar donde debería estar oculta la droga. Lo estacionan cerca de las casetas y bajan una rampa. Los tres pisan la arena.
Es entonces cuando sus presuntos compradores sacan una pistola y una navaja, asegura. Para evitar la agresión, Miniño corre hacia el punto donde había escondido el arma.
Mientras, comprueba que por la parte de abajo de la playa se dirigen hacia él otras dos personas. Asegura que estaba muy nervioso. Sin embargo, ni la oscuridad ni el temor le impiden llegar al punto donde de había ocultado la escopeta. Se hace con ella y dispara en dos ocasiones.
Sostiene que no supo en qué dirección y que no tenía la menor intención de matar a nadie: el primer tiro siega la vida de Portas, mientras que el segundo deja herido a Baúlo.
Aunque subraya que desconoce si había herido a uno de ellos o a los dos, debería haber despejado tal duda segundos después, porque se dirige hacia Baúlo, que camina a gatas, y le da varios culatazos con la escopeta para evitar que coja un arma cuya posesión atribuye a Romero y no apareció.
Cabe la posibilidad de que hubiese dado por muerto a Baúlo antes de abandonar el escenario y utilizar su Opel Corsa de color blanco (matrícula PO-3383-AD), que aparca frente al restaurante O Mexilón, de O Grove, y abandona con las llaves en el contacto.
Pero la inmovilidad de Baúlo no era consecuencia de su muerte, sino que había tenido la suficiente sangre fría como para fingir que había fallecido. Cuando su agresor ya se había marchado, pide ayuda a su novia marcando el botón de memoria del teléfono móvil.
En lugar de adoptar la decisión que parecería más lógica, acudir a la Guardia Civil o a la Policía, la novia localiza a un amigo común y ambos van a buscarlo. Lo encuentran en torno a las doce de la noche. Llegados a este punto, tampoco siguen el camino habitual: llamar a una ambulancia. Lo trasladan a un centro sanitario.
Ante el Tribunal, Baúlo asegura que era amigo del fallecido y había conocido al agresor una semana antes. Ese día se encontró con Porto en una cafetería de Cambados y lo invitó a tomar unas cervezas en el Xunca Blanca, desde donde se fueron a la playa.
En A Lanzada, Portas y Miniño bajaron del vehículo, agrega. Creyó que se trataba de una broma cuando sacó la escopeta.
El arma se la había prestado un amigo y vecino, al que se la había pedido con la excusa de probarla porque estaba pensando en compra otra, explicó.
El juez mantiene que se trató de un asesinato a sangre fría, sin encadenarlo con la posibilidad de que el autor hubiese disparado para hacerse con un botín de algo más de medio millón de euros que portaba el fallecido y fue recuperado por la Policía.
Miniño trató de darle la vuelta a la situación, asegurando que sus supuestos agresores quisieron robarle cocaína valorada en 72.000 euros.
Diario de Pontevedra (18-1-2009)
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