El 12% de la superficie del planeta está cultivada, y si le añadimos la destinada a los pastizales, donde se alimenta el ganado, es más de la tercera parte.
La agricultura permitió a los seres humanos administrar mejor su destino, al disponer de una fuente estable de alimentación. El nomadismo al que obligaba la dependencia anterior de la caza dio paso al sedentarismo. La agricultura es el germen de las grandes ciudades, cuya población se abastece del campo a través de una inmensa infraestructura de almacenamiento, conservación y transporte, que permite contar con cualquier tipo de producto en cualquier época del año. El cambio fue trascendental porque, indirectamente, también permite controlar mejor a otros seres vivos, que sirven como alimento o aportan su trabajo.
Siendo así, no deja de llamar la atención que no se hubiese situado ante la tesitura de que la inmensa riqueza genética acumulada pudiera desaparecer, o reducirse significativamente, provocando un empobrecimiento brutal y un retroceso de siglos en la evolución de la especie.
Entre las conclusiones que figuran en el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, cuya elaboración promovió la Organización para las Naciones Unidas (ONU), figura una muy clara y concluyente: desencadenará nuevas alteraciones meteorológicas y pestes vegetales desconocidas hoy en las regiones agrícolas, además de temperaturas extremas, que darán lugar a inundaciones y sequías, con su corolario de destrucción.
Ante este horizonte, los componentes de un grupo sin ánimo de lucro, denominado Global Crop Diversity Trust, entendieron que había llegado el momento de poner a salvo el registro genético de nuestras especies vegetales.
Tal determinación cristalizó en la creación de un banco de semillas situado en una cámara acorazada que se encuentra en Noruega, a casi mil kilómetros del Polo Norte. La iniciativa, aplaudida por la más diversas instituciones cuand fue presentada, el 26 de febrero, no es inédita y ya tiene, al menos, un antecedente.
En un granero con trescientos años de antigüedad se encuentra un archivo que contiene más de 160 años de esfuerzos para aprovechar mejor las plantas.
“Los frascos, almacenados por orden cronológico en estanterías metálicas de cinco metros de altura, se remontan hasta la primera época del primer campo de trigo, en 1843. A partir de 1845, al ver que en las primeras muestras aparecía moho, se empezaron a taponar con corcho, luego con parafina y, finalmente, con plomo”, explica Alan Weisman en un libro donde describe un escenario sin seres humanos, titulado ‘El mundo sin nosotros’.
Se encuentra en una localidad del Reino Unido llamada Harpenden (condado de Hertfordshire) y forma parte del Centro de Investigación de Rothamseat. “Con notable previsión”, subraya, lo puso en marcha John Bennet Lawes, que había estudiado Química y Geología en Oxford, para regresar a la hacienda de su padre sin licenciarse.
Miles de ellos todavía no fueron abiertos, y contienen la materia orgánica recogida en la época en la que fueron sellados. Estas muestras permiten analizar las secuelas sobre la tierra y en el aire de los procesos industriales y la utilización de armas químicas en conf lictos bélicos, en forma de nitrógeno, dióxido de azufre, plutonio, plomo o policlorados, procedentes de las fábricas de plásticos.
La bóveda helada en Longyerbyden
“En el caso de que desapareciéramos de repente, y suponiendo que ningún movimiento sísmico sin precedentes estrellara miles de frascos de cristal contra el suelo no resultaría descabellado imaginar que esta singular herencia sobreviviría intacta mucho más que nosotros”, plantea Weisman.
Miles de cajas, ordenadas y etiquetadas, están almacenadas en una cámara excavada en una montaña congelada del Ártico cubierta de nieve. Esta estructura está construida a prueba de terremotos y bombas, ninguna persona tiene todos los códigos de acceso, y se encuentra cerca de Longyearbyden, a 965 kilómetros del Polo Norte. Es una inmensa bóveda construida por los promotores de un proyecto cuyo objetivo es sistematizar la información sobre las plantas y sus genes. Hay cien millones de semillas de 286.630 muestras, conservadas a veintiuún grados bajo cero.
El otro punto de referencia del proyecto es la Universidad de Lovaina (Bélgica), donde un grupo de científicos coordina la búsqueda, selección, análisis y clasificación. El Tratado Internacional sobre los Recursos Fotogénicos de Naciones Unidas creó una red con la misma finalidad, y la labor se completa a través de bancos de semillas ubicados en distintos países.
Un recorrido a través de la historia permitiría comprobar como a lado de creaciones grandiosas, la humanidad también pone de relieve una falta de previsión que podría ser consecuencia de la soberbia basada en la creencia de que es imposible que se produzca un cataclismo que derribe el grandioso monumento levantado.
Pero las advertencias están ahí: a las consecuencias que provocará el cambio climático, se suman el efecto devastador de las guerras y la inestabilidad política.
Este banco permitirá la reproducción de las especies en el momento que los genoplasmas se agoten o resulten destruidos, y supone una garantía frente el alza de los precios de los alimentos básicos, consecuencia de una creciente demanda de los países con economías emergentes y la elaboración de biocombustibles.
Esta iniciativa actualiza la idea que había puesto en marcha John Bennet Lawes hace más de 160 años. Longyearbyden es un asentamiento de 1.600 habitantes situado en la isla de Spitsbergen, que acoge la Universidad de Svalbard, donde jóvenes de 25 nacionalidades estudian Geología, Tecnología y Biología.
También refleja una característica en la que se asentó el desarrollo hasta hace algunas décadas: el respeto al medio ambiente. ‘La tierra donde vives no es una herencia de tus padres, es un préstamo de tus hijos’, dice un aserto indio. La diferencia entre lo que recibimos y lo que entregamos salta a la vista.
Llama la atención que en tan ambiciosa empresa los gobiernos se limiten a desempeñar un papel secundario de colaboradores, en lugar de asumir el protagonismo que le sería exigible.
Diario de Pontevedra (4-5-2008)
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