«Muy de mañana salieron para al Isla de Arosa fuerzas de la Guardia Civil, carabineros y seguridad, con el objeto de someter a un minucioso registro a los pobladores de la isla, pues llegó al conocimiento de las autoridades que desde Catoira y Cesures fueron llevados allí abundantes explosivos en medio de la leña que, diariamente, transportan las embarcaciones desde las fábricas de los mencionados puertos. Estos explosivos, parece ser, eran traídos de Portugal en barcos pequeños».
Este párrafo figura en un ejemplar del periódico de Vilagarcía Galicia Nueva fechado en octubre de 1934. El día 8, los guardias comprobaron que las industrias habían cerrado, atendiendo el llamamiento a la huelga general convocada en apoyo a la Revolución de Asturias y para reivindicar condiciones de trabajo dignas en unos tiempos en los que la jornada se prolongaba de sol a sol.
A Illa era entonces una localidad caracterizada por su potente capacidad organizativa, nucleada en torno a la Agrupación Socialista, que había convocado una asamblea, celebrada el día 7 de octubre en el bar de Juanito de Luisa, conocido también con el nombre de O Nicho porque el edificio que ocupaba estaba situado sobre un antiguo cementerio.
Luis Bóveda, el secretario general socialista, insistió en que el paro debería ser pacífico. «Non é preciso nin pedradas nos cristais nin tirar os efectos das empresas», advirtió.
Entre vino y vino, el propietario del bar, corresponsal del periódico Pueblo Gallego y autor de letrillas de las comparsas, propuso la proclamación del Estado Federal de A Illa de Arousa, siguiendo el ejemplo del presidente de la Generalitat de Catalunya, Lluís Compayns.
Uno de los clientes cogió un trozo de papel de estraza encima del mostrador y escribió en él los nombres y los cargos del gobierno provisional.
La parranda finalizó poco después, y todos se dirigieron a sus casas sin imaginarse la cascada de sucesos que iba a desencadenar un episodio al que no le habían dado la menor importancia.
Aquella noche estalló un artefacto explosivo en las proximidades de O Cruceiro sin causar víctimas, recuerdan Xosé Lois Vila Fariña y Xoán Dopico Orjales en el libro ‘Historia de A Illa de Arousa’, que sirve de base para la documentación de este artículo.
A la mañana siguiente atracaba en el puerto de O Cantiño el guardacostas ‘Apal’, procedente de Marín.
Los guardias dispararon al aire para disolver una concentración y se desplegaron con la intención de impedir que se produjesen desmanes, mientras varios vecinos subían al campanario de la iglesia y tocaban arrebato hasta que los carabineros los detuvieron.
No se produjo ningún incidente en la iglesia, y es falso que hubieran asado sardinas en el altar, dicen las crónicas de la época.
La jornada habría transcurrido por los mismos cauces que en otras localidades donde tuvo eco la convocatoria de huelga, si el destino no hubiese querido que entre los vecinos que fueron registrados figurase Segundo Nine Fernández, porque en uno de los bolsillos de su chaqueta encontraron un papel con la relación de nombres y cargos del hipotético gobierno, encabezado por Santiago Otero Pouso, 'Pajares', como presidente.
El hallazgo precipitó la detención de trece vecinos, entre los que no figuraba el presidente del Estado Federal de A Illa de Arousa, que optó por permanecer escondido durante dos días para entregarse después, al considerar que no había cometido ningún delito.
El día 9 explotó otra bomba, esta vez en O Reguerio, y de nuevo sin causar heridos.
Regresaron los guardias en dos barcos, el ‘Tritón’ y el ‘Castelló’, llevándose a otros nueve isleños arrestados. «Fueron conducidos a Pontevedra en un camión de las fuerzas de asalto por haberlo dispuesto así el auditor de guerra que entiende en la causa», decía el Galicia Nueva.
El juez instructor, el teniente de la Guardia Civil Aurelio Belay, solicitó un informe al alcalde de Vilanova, Aurelio Mouriño, «para conocer los elementos que por su ascendiente moral y doctrinas pudiesen haber influido en el hecho de autos, así como las demás circunstancias que, a su juicio, puedan contribuir para la averiguación de los autores materiales y espirituales de los desórdenes ocurridos».
La respuesta del regidor municipal fue inmediata y contundente. Mouriño advertía de que el maestro nacional Antonio Morales se dedicaba a «sembrar ideas disolventes». Según el alcalde, también lo hacía el albañil José Búa, aunque su especialidad eran las «ideas comunistas».
A Ramón Otero, Manuel Outeiral, Demetrio Ramos, Manuel Fariña, Segundo Nine, Manuel Iglesias, Avelino y Benito Fuentes, Andrés Mougán, Faustino Viñas, Emilio Dacosta, Manuel Rivas y Luis Castro, también les imputa la responsabilidad de ser «propagandistas» del comunismo.
«Todos los anteriormente relacionados han coadyudado con sus propagandas o doctrinas al actual estado de cosas en la Isla de Arosa y los supone esta Alcaldía cómplices de los sucesos allí desarrollados el día 8», resalta el alcalde.
Mouriño culmina su actuación con la aprobación de una moción por el Pleno del Concello de Vilanova en al que reconoce la labor de los carabineros «que desde el primer momento tomaron a su cargo la conservación del orden público, con tal actividad y acierto que pudo ser sofocado en su origen el movimiento revolucionario de la parroquia de la Isla de Arousa».
Era el 13 de octubre. El mismo día, los detenidos eran puestos en libertad. De los autores de la colocación de los artefactos explosivos no se supo nada.
Los capitanes de Artillería Manuel Casal y Roberto Posada se encargaron de la defensa y la causa fue sobreseída por un tribunal militar en el consejo de guerra celebrado el 3 de marzo de 1935 en la Escuela Naval Militar de Marín
Así finalizaba la leyenda nacida de una coña de taberna que enriquece el catálogo de acontecimientos mitológicos de A Illa.
Diario de Pontevedra (18-10-2009)
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