Si la hora de cierre de los restaurantes encuentra al cliente en un establecimiento de Baarle, dispone de dos opciones: abandonarlo o coger la mesa y la silla y desplazarse unos metros, o centímetros. Con tan simple maniobra habrá cambiado de país, porque este restaurante, como otras construcciones del pueblo, está asentado sobre la línea que un día diseñaron con la intención de fijar donde empieza Holanda y el punto donde lo hace Bélgica. La necesidad del trasiego se explica por la diferencia entre la legislación que regula los horarios comerciales en uno y otro.
En este pueblo de 8.000 habitantes todos los organismos públicos están duplicados, y a la hora de establecer a qué hacienda deben abonar los impuestos, la puerta de entrada de la vivienda es la clave, porque es el criterio que siguen las administraciones. No importa si las habitaciones, el baño, la sala o la cocina están naciones distintas. Claro que a quien no le convenza la fiscalidad, sólo tiene que pedir un permiso de obra y cambiar su ubicación, trasladándola al otro lado.
Las autoridades económicas de belgas y holandeses se encuentran con otro problema: el de la competencia para realizar inspecciones. Los belgas no podían entrar porque la puerta estaba en territorio holandés, y los holandeses no podían acceder a la caja fuerte porque, aunque cruzar el umbral era legal, ésta se encontraba en el país vecino. Transcurrieron veinte años hasta que llegaron al acuerdo de hacerlo conjuntamente.
Acusados sus responsables de blanqueo de capitales, el banco fue declarado en bancarrota poco después.
Todo esto sucede en los dos Baarle (el holandés Baarle-Hertog y el belga Baarle-Nassu), dos municipios que son la consecuencia de un prolongado proceso histórico iniciado en el medievo, salpicado de disputas, acuerdos, rectificaciones y nuevos acuerdos que desembocaron en la fragmentación del territorio que ocupan en 5.725 parcelas. Hay 22 enclaves belgas sobre territorio holandés, uno holandés en Bélgica y siete holandeses dentro, a su vez, de los núcleos belgas en Holanda.
Podría parecer un galimatías, pero sus vecinos tienen muy claro quiénes son y a que comunidad pertenecen, aunque todavía queda por despejar una duda y cerrar un contencioso, que data de 1995: el derivado del litigio en torno a la competencia sobre un terreno de 2.000 metros cuadrados (superficie equivalente a la cuarta parte de un campo de fútbol).
Una mujer bielorrusa de 26 años aparece muerta en un edificio a caballo entre los bordes. Antes de identificarlo fue preciso determinar en cuál se encontraba. El geógrafo requerido para que despejase la duda no se mojó: está en los Países Bajos, dijo.
Las policías hicieron el registro con suma cautela, porque coger huellas o pruebas al otro lado las invalidaría debido a que las fuerzas de seguridad no pueden traspasar la línea. Los belgas acabaron cediendo el caso a los holandeses. Por entonces el principal sospechoso -su marido, de nacionalidad holandesa- ya se había fugado con la hija de ambos.
Un vecino que se hace llamar Borderhunter (El cazador de la frontera) montó una emisora de radio pirata que emitía todas las noches sin contar con licencia. La emisora se encontraba en Bélgica y la antena, en Holanda. Las noticias corrían rápido y siempre recibía el chivatazo que le permitía cambiar el equipo de ubicación para burlar a la Policía. Durante dos décadas emitió música e informativos.
Como había sucedido con el banco, su aventura finalizó cuando las dos policías se pusieron de acuerdo se acabó la aventura, pero comenzó un curioso periplo por los juzgados. Los holandeses le confiscaron el equipo y los belgas lo multaron con 1.100 euros.
Ante tal contradicción (una policía confisca y la otra multa) Borderhunter recurrió la confiscación ante las autoridades belgas, y le respondieron que, efectivamente, deberían haberlo multado, por lo que le impusieron una multa de 500 euros.
Pagó a la administración de Bélgica. El radioaficionado recurrió después la multa ante la Justicia holandesa argumentando que ya la había abonado y no podía ser condenado dos veces por la misma falta. Las autoridades holandesas acabaron por darle la razón y se libró de pagar en los Países Bajos.
En contraposición a las situaciones dramáticas que acostumbran a producirse en las fronteras, en este pueblo, recorrido de punta a punta por marcadores que lo delimitan todo, la frontera es un aliciente turístico y los responsables de las dos cámaras municipales la utilizan como reclamo, divulgando la curiosa idiosincrasia que genera.
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