La triste historia de Manuel 'O Pistolas'




Silencioso y solitario, Manuel Gómez, ‘O Pistolas’, parecía un hombre asustadizo cuando se dejaba ver por algún bar de Catoira, circunstancia que tampoco resultaba habitual. No era de los que pasaban tardes enteras jugando a las cartas o al dominó. Tampoco pegaba puñetazos sobre la mesa o el mostrador.
Todo lo contrario. De porte esbelto, trataba de pasar desapercibido, casi como una sombra, y su vida social se limitaba al contorno de su casa, primero, y en el de la que le dio acogida un vecino, donde transcurrieron los últimos años de su existencia.
Por el paisaje de los pueblos circulan personas que llaman la atención porque da la impresión de que llevan un secreto enterrado en el fondo de las entrañas, un peso sobre sus hombros, una tristeza perpetua.
E incluso en localidades pequeñas, donde todos se conocen y de todo se habla en la plaza, las tabernas o a la salida de misa, hubo vecinos que se fueron a la tumba llevándose con ellos un enigma.
Fue el caso de Manuel Gómez, ‘O Pistolas’. Su triste historia está vinculada directamente con la de la emigración, que protagonizaron miles de gallegos en los primeros años del siglo pasado poniendo rumbo a América para buscar al otro lado del Océano Atlántico la vida que se les negaba aquí.
Esta historia está fechada en los años 20, cuando los barcos surcaban la cornisa cantábrica, procedentes de Santander, y hacían escala en A Coruña, Vilagarcía y Vigo, recogiendo pasajeros rumbo a Argentina. Bordeaban después la costa de Portugal, y en Cádiz se producía el trasbordo a otro buque de mayor capacidad para cruzar el océano.
Es posible que Manuel Gómez, ‘O Pistolas’, desconociese el itinerario seguido por aquel barco cuando un día se presentó en el puerto para zarpar, acompañado de su esposa, Vicenta García.
Podemos imaginarlo como a tantos miles de emigrantes. Unos llegados del interior de Galicia, inquietos después de varios días viviendo en una pensión próxima al puerto mientras realizaron los siempre complicados y tediosos trámites aduaneros previos al embarque.
Otros procedentes de pueblos costeros, donde la pesca sólo permitía entonces la supervivencia, sin más horizontes de futuro. Todos con las pertenencias apretujadas en baúles y maletas, y un interrogante dibujado en la mirada inquieta ante lo desconocido.
El pago del pasaje fue para casi todos el mayor compromiso económico de sus vidas, y no pocos se hipotecaron para hacer frente al desembolso, por eso resulta un ejercicio difícil el de ponerse en el lugar de Manuel Gómez, ‘O Pistolas’, cuando después de haber abonado el pasaje, y en pleno proceso de asimilación del hecho de que su vida va a dar un giro de 180 grados, se encuentra ante la negativa a embarcar.
No tiene los documentos tal como exige la ley y lo echan del barco. Todos los planes que había elaborado con su esposa se vienen abajo inesperadamente.
En este punto del espisodio no hay testimonios que permitan aclarar qué pudo haber sucedido, pero esta pareja encuentra un recurso para no perder el dinero.
Es ella quien embarca. Puesto que él no puede hacerlo, quien probará fortuna en Argentina será su esposa, Vicenta García.
Cabe preguntarse qué gestiones de urgencia pudieron haber realizado para lograrlo, pero esa respuesta es una de tantas que no llegó a desvelar.
Con una mujer cuya edad no alcanza los treinta años inesperadamente a bordo de un barco que se dirige hacia el sur de España, es el momento dar un giro a la narración para dejar algunos apuntes sobre esta joven pareja que vivía en una casa situada en la parroquia catoirense de Santa Baia.
Manuel Gómez, ‘O Pistolas’, era un hombre nacido en la parroquia de Araño (Rianxo), que pudo haber llegado a Catoira en la embarcación que cruzaba el río Ulla cuando aún no era posible hacerlo a través del puente.
Tampoco sería descabellado pensar que lo hiciese en su condición de músico, porque tocaba el bajo. Era un músico ambulante que conquistó a Vicenta García, una mujer guapísima y desenvuelta por la que no pocos mozos suspiraban.
En aquellos tiempos la palabra matrimonio era casi un sinónimo del término hijos. Tuvieron dos: Álvaro y Albino. La música no bastaba para darles de comer, y tampoco los jornales que ganaba trabajando hoy en una cosa y mañana en otra.
Así se entiende que, a pesar del desgarro que supone la ruptura de una familia recién formada, el matrimonio decida jugárselo todo a la carta de la emigración, y que sea él quien se marche
Regresamos al puerto. El barco está a punto de partir, entre la confusión, más acentuada todavía por el urgente cambio de planes, ella le promete que pronto tendrá noticia suyas. Que le mandará dinero para mantener a los hijos y la suegra Manuela, y para que él pueda viajar a Argentina.
Retorna Catoira y cuenta lo sucedido a su familia. Superada la sorpresa, comienza la espera. Vicenta García cumple su compromiso, pero transcurrido un tiempo deja de mandarle dinero y escribirle cartas.
Manuel Gómez, ‘O Pistolas’, no pierde la esperanza. Encaja el golpe y metaboliza sus consecuencias sin trasmitir sus negativos efectos a la familia ni a los vecinos.
Pasan los años y deposita toda su esperanza en su hijo Álvaro, que se marcha a Argentina con el compromiso de buscar a su madre y regresar con ella. Cuando la localiza, Vicenta García vivía con otro hombre, con el que tenía cuatro hijos.
No quiso saber nada de su esposo. Álvaro tampoco retornó ni envió más noticias que el encuentro con su madre. Golpe tras golpe.
Él siguió trabajando como jornalero. Fallecida su suegra, parecía haberse encendido una luz cuando su hijo más joven, Albino, se casó muy cerca de Catoira, en Cordeiro (Valga).
La casa se estaba quedando vacía. Marchó a vivir con el hijo, pero debió sentirse fuera de lugar y regresó a casa.
Aquella vivienda, en la que tantos planes de futuro había hecho el joven matrimonio formado por un músico ambulante y la chica más guapa de Santa Baia, se había convertido en las cuatro paredes arruinadas.
Allí, donde viera nacer a sus dos hijos, vivió como un ermitaño hasta que otra vez la emigración volvió a jugar un papel determinante en su vida.
Pepe García, ‘O Americano’, se hizo cargo de él, llevándolo a vivir a su casa. El sobrenombre por el que era conocido procede de su padre, Manuel, que emigró a Argentina , donde se hizo rico por un golpe de suerte, le tocó la lotería
Y Manuel Gómez, ‘O Pistolas’, a quien nunca le sonrió la fortuna, afrontó los últimos de su existencia sin contar cuál fue el origen de su apodo, con su sonrisa triste y una eterna expresión resginada. Sin una mala palabra.

42 episodios en la parroquia de Oeste
El episodio de Manuel Gómez, ‘O Pistolas’, es uno de los 42 que tienen cabida en el libro ‘Oeste, cen anos de historia-s’, escrito por Pepe Castaño Dios.
Su autor, nacido en septiembre del año 1952, es Licenciado en Filología Inglesa y Alemana y profesor agregado de Educación Física.
Imparte clases en el instituto Armando Cotarelo Valledor, de Vilagarcía, y es el fundador de la asociación cultural Santa Baia, que presidió en una etapa anterior. Este trabajo fue editado en el año 1999

Diario de Pontevedra (14-11-2010)
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